Viene de “Mi Bandera (Múltiple) 1, 2, 3, 4 y 5”. Consúltense antes de seguir la lectura.
En cuanto a mi posición respecto a los países hermanos latinoamericanos, lo primero que deseo es zanjar la controversia del nombre y la autopercepción o «ficción identitaria». Formamos parte de una comunidad de países, una hermandad que tiene un gran potencial. El vínculo de España con América está sellado para siempre —ficción «siempre»—, es inquebrantable, y el hecho de que España pertenezca a la Unión Europea (porque queremos que así sea) no debe mermar en absoluto nuestra filiación con los países hermanos que están en el otro lado del Atlántico (insistiré a los europeos, esto no es negociable, España también es americana). Mi imaginación siempre va muy lejos, por supuesto, y tengo una gran aventura que proponerle a esta enorme comunidad.
En lo que a mí respecta, lo que sucede en esta parte del mundo me concierne de lleno, porque formo parte de esta nación de naciones y/o civilización. Del mismo modo que soy andaluz, español y europeo, también soy hispano/ibero/latinoamericano y asumo mi parte —mis banderas lo proclaman—; por eso preciso aclarar que para mí no existe confusión en la denominación de esta comunidad internacional y/o civilización. Somos Latinoamérica, somos Iberoamérica y somos Hispanoamérica (una triple «ficción» abierta a la discrepancia, como cualquier otra). Acepto el término «latino» porque procedemos en buena medida de esta raíz latina/romana/mediterránea, en contraste con la América anglosajona, y porque la emigración italiana en América —y en menor grado la francesa— ha sido significativa también; por otra parte, entre mis planes está contar con la UE, en especial con el potencial creativo de la Europa latina (Portugal, España, Francia e Italia), para que puedan aportar en la gran remodelación que deseo proyectar. Por consiguiente, acepto el término «ibérico» porque no concibo ninguna iniciativa en esta parte del mundo sin involucrar a Brasil, la principal potencia de la región, porque la historia de los dos imperios de origen peninsular —el español y el portugués— se toca, se entrecruza, son uno; y acepto el término «hispano» por razones obvias, porque España/Hispania da nombre al Imperio Español que fue la entidad política, administrativa, social y cultural que conformó gran parte de los continentes americano y europeo —que no se nos olviden nuestros hermanos del África española, las Filipinas y tantas plazas e islas del Pacífico— del que proceden las realidades nacionales de nuestros países respectivos. El Imperio Español fue la patria común de los españoles de los dos hemisferios (españoles todos: criollos, mestizos, indios nativos, negros y mulatos, y peninsulares), y mi país actual apenas es uno de los fragmentos en que se resquebrajó. Todo esto unido a la palabra «América», que es el nombre con el que por convención hemos acordado referirnos a este grandísimo continente (ya sé que hay otras denominaciones/ficciones sacadas igualmente de una chistera como «Abya Yala»). En conclusión, somos Latino/Ibero/Hispanoamérica (que cada cual adopte su preferencia dentro de esta «ficción», y si no que se busque otra).
Sí, justo cuando el mundo hispano estaba colapsando (me refiero al Imperio Español), estaba eclosionando la Primera Revolución Industrial en Inglaterra. En el Imperio Español, mientras que existió, se disfrutó de un largo periodo de tres siglos de prosperidad y creatividad, con una gran cohesión y escasos conflictos bélicos en el interior de los territorios —si exceptuamos el proceso de conquista, lógicamente—, con crecimiento incesante, económico, protoindustrial, agrícola, urbano, social, cultural…, que no se podía comparar con el resto del mundo, eso es innegable; pero todavía no había aparecido la industrialización con letras mayúsculas. Por eso, cuando el mundo hispano colapsa, se fragmenta, y se postra, llega tarde a la cita con esta revolución; estalla en el mundo un desequilibrio galopante entre las primeras potencias que logran industrializarse y las que no. Un ejemplo evidente fue China e India, que siempre fueron grandes potencias a lo largo de la antigüedad, hasta que Occidente —ficción «Occidente»— inventa la primera revolución industrial y crea una ventaja comparativa abismal: primero nuestros amigos British, luego el continente europeo noroccidental —lo que hoy conocemos por Benelux, Francia y Alemania, y algunas zonas del norte de Italia y de España (esas que son separatistas, qué casualidad)—, y al mismo tiempo el norte de las 13 colonias norteamericanas, y un poco más adelante Japón —que no se nos olvide la vertiginosa industrialización de Japón–.
Bien, ya sabemos que detrás de grandes ciclos de acumulación de capital, talento y fuerza laboral hay siempre una revolución industrial o algo parecido. Sin esto, por ejemplo, la trayectoria de nuestros queridos europeos septentrionales no habría sido tan boyante ni tan superior a la de los meridionales (con o sin «ética protestante del trabajo weberiana», una tremendísima «megaficción», por no llamarla falsedad). Lo mismo pasaría entre los Estados Unidos-Canadá (el mundo WASP) y el mundo hispano. Entonces, cuando veo en ascenso el recrudecimiento del soberanismo en contra del globalismo, veo a Trump alentando la toma del Capitolio para regresar «again» a un supuesto momento en el que USA fue grande —ficción «Make America Great Again»—; oigo hablar de desempolvar antiguas praxis, execrables métodos, como dividir para vencer, rearmarse, ser más coercitivos, amurallarse, crear espacios autárquicos, sacar los dioses y las señas identitarias a pasear y pastorear, en definitiva chocar civilizatoriamente…, se me eriza el vello. Volver a las andadas otra vez no, en el siglo XXI debemos ser más elegantes y trascendentes que todo esto. Por ejemplo, China está recuperando sus fueros naturales de antaño, su protagonismo específico por su peso demográfico (se ha convertido en la fábrica del mundo), después de la conmoción inicial provocada por la primera y la segunda revolución industrial, en la que no desempeñaron ningún papel excepcional; India lleva un camino parecido (es la oficina y la farmacia del mundo); y además debemos recordar que hay muchos otros países asiáticos, africanos, americanos, que crecen a ritmos espectaculares. Entonces, el mundo hispano, ¿debe enfadarse con el mundo WASP y nosotros en España debemos darle la espalda a nuestros principales y más próximos socios comerciales, pero también culturales: nuestros turistas, nuestros estudiantes Erasmus, nuestros clientes…, la Europa del norte más industrializada y capitalizada?, tal como yo lo veo, no. Quién les impediría a España y Portugal, que desde la «confortable» posición de miembros de la UE (una «ficción» suprawestfaliana que tiene futuro porque ya nos ocuparemos de que lo tenga), fueran también miembros de pleno derecho de una hipotética plataforma económica, política, social y cultural latinoamericana. Nadie, espero. Quién le impediría a México formar parte de esta misma comunidad, sin necesidad de divorciarse de su megavecino del norte. Nadie. Y partiendo de esta situación, empezar a construir algo nuevo en el mundo, con sabor latino como digo, en español y portugués además (sin desmerecer ni destruir los demás idiomas: el catalán, el vasco, el aimara, el quechua, el náhuatl, el maya, el guaraní…, yo no renuncio ni siquiera a los dioses de ninguno de nuestros amigos: además del dios católico, el protestante, el árabe, el judío, Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Kukulkán, Viracocha…). No necesitamos sacar al «megadios» cristiano católico en procesión para afirmar nuestra especificidad civilizatoria y cultural, seguimos siendo una especificidad de todos modos, un gran sustrato antropológico de raíz católica en gran proporción que ha de ponerse las pilas. Somos mezcla de muchas cosas, somos puros híbridos, mestizos a más no poder (yo como andaluz además de español lo ratifico), hay que contar con todo y con todos, y estar a la expectativa de lo nuevo, de la gran Tercera Revolución Industrial que está en ciernes (TRI). Sería interesante leer a Jeremy Rifkin (un estadounidense genial) [mi mente como es esférica (no cúbica), mira en todas direcciones y por eso todo lo que venga de la anglosfera lo meto también en mi coctelera mental, sin distinción; mi mente ya se encarga de procesarlo todo y dar una respuesta con nuestras coordenadas hispanas, por eso no hay miedo]; que sin embargo no cae en la cuenta de que esa tercera revolución que pregona llegará a ser tal cuando irrumpa la Fusión Nuclear a pecho descubierto en el planeta. Entonces, como ya he dicho en anteriores capítulos, contaremos con tres brazos energéticos revolucionarios: la fusión, el hidrógeno y las renovables («FUHIRE»). No sé si la gente se da cuenta, pero estamos a las puertas de una mutación planetaria sin precedentes mucho más gigantesca que todas las anteriores, y por eso hay que tomar la delantera, prepararnos, teorizar, diseñar… ese futuro, que ya no podrá ser nunca más en clave fragmentaria; aunque nos cueste trabajo creer que ciertos actores actuales cederán su posición de liderazgo en el mundo en favor del multilateralismo internacional; pero eso es ahora, más adelante todo será pulverizado, de hecho es ya un puro globo interconectado en todas sus partes, con infinitas expectativas e interacciones.
Por consiguiente, lo revolucionario y lo sensato es empezar a contemplar el conjunto del planeta como una unidad en muchos sentidos (aunque la educación que hemos recibido por ahora no se acerque en lo más mínimo a esta pretensión), y escalando en esa idea pronto se llega a la conclusión y la necesidad de concebir algo parecido incluso a una especie de «Gobierno Mundial», en coordinación (llamémoslo simbiosis) con otros grados o fórmulas estatales escalables de gobierno —hacia lo micro—, de manera multicapa [mencionaré por adelantado estos cuatro conceptos/ideas/ficciones/categorías que creo que van a ser útiles para articular lo que se avecina: «COSMÓPOLIS, METRÓPOLIS, POLIS, TELÉPOLIS»] para cubrir/articular todas las expectativas y demandas de soberanía. Pensemos en la ventaja de contemplar el conjunto del planeta como un estado, con su diversidad de territorios en los que hay que generar prosperidad, industrialización, fomentar la posibilidad de proveernos de energía, agua, infraestructuras, grandes equipamientos, sistemas de rutas conectoras… y a la vez —esto es lo gracioso—, aprovechar este impulso de la tercera revolución industrial para tratar de detener el ecocidio, la degradación medioambiental, la basuraleza, la sexta extinción masiva de especies animales y vegetales de la historia, el calentamiento global… Todo esto mientras se da forma —aspecto muy importante— a una cultura planetaria («una cultura fundante, una fe fundante, una civilización global fundante»), una visión/ficción humanista compartida por una buena mayoría de personas que quieren ser más que meros ciudadanos de sus países respectivos; porque el orden westfaliano resulta insuficiente —como vengo diciendo todo el tiempo—; en especial para las nuevas generaciones, grandes multitudes juveniles criadas en un mundo de escolarización generalizada, conectividad digital y grandes expectativas de movilidad. No seremos nosotros, sus mayores, los que lo demanden, serán ellos, necesitarán superar esquemas mentales, útiles en otros tiempos, pero impracticables en ese futuro inminente que les aguarda; y por eso hay que sentar las bases para que así sea, para que los procesos que debemos emprender sean inteligentes, civilizados, ampliamente debatidos y digeridos, graduales, indoloros, incruentos…, festivos e imaginativos (una celebración). Porque, como digo, lo que está en construcción es nuestra conciencia de especie, por encima de todas las demás consideraciones; lo que está en el orden del día es la supervivencia a largo plazo de nuestra especie, la creación por consiguiente de la «PRIMERA CIVILIZACIÓN GLOBAL DE LA HISTORIA», que se dirige rumbo hacia el «FUTURO PROFUNDO».
En consecuencia, por pura coherencia con el ánimo con el que me levanto cada día, este tipo de ideas son las que hay en mi cabeza a todas horas; y como artista me paso los días (metafóricamente/ficticiamente) en África, en India y el resto de Asia, en América, en Oceanía, en el Mediterráneo… planeando áreas de desarrollo nuevas, pensando en el modo de sacar a millones de personas de la deshumanización y la precariedad (eso incluye el analfabetismo y la incultura), imaginando ciudades nuevas y remodelaciones de las existentes, polos de desarrollo, grandes reservas de la Biosfera, parques naturales, técnicas agrícolas revolucionarias (que van desde la agroecología hasta la agricultura de precisión y la hidroponía), centros de estudio y de comunicaciones, nuevas (macro)ciencias; cambiando sistemas industriales basados en recursos energéticos fósiles («CAPEGASU») por energías limpias que denomino «FUHIRE». En fin, no temáis por mí, lo llevo bien, lo hago como el que juega a pensar más y mejor, y como un español —aunque ya sé que esto no es exclusivo de los españoles, eso espero—; porque ser español por definición es lo más parecido a ser universal, yo no me autocensuro deseándole el bien a una parte de la Humanidad —ficción «Humanidad»— y no a la otra, yo quiero, sueño y trabajo para el bienestar de mi especie y la conservación de la biodiversidad de mi planeta, no lo puedo evitar, así soy; y eso por ahora, a menos que alguien me demuestre lo contrario, es algo inherente a la forma de ser/estar de los españoles, que ya en el siglo XVI sin medios de ningún tipo soñaban con eso, más o menos. Sí, son todo imposibles, gigantes, molinos de viento, dragones, minotauros, trolls, gorgonas, hidras de mil cabezas, obstáculos por doquier, haters, duendes avizores, dioses enfadados… ¿y qué?, más imposible era dar la vuelta al mundo a bordo de un cascarón de madera y Elcano lo consiguió.
«[...] Lo que caracteriza a los españoles de hoy no es un modo de ser —porque hay muchos modos de ser—, es un modo de estar, y en qué consiste este estar. Yo lo definiría: no en replegarse hacia su historia, o hacia su sustancia, para tratar de sacar de ella la sabiduría, o la razón, o la conducta; sino estar mirando continuamente con los ojos abiertos hacia afuera, tratando de asimilar todo, de digerirlo todo, de expelerlo todo, es decir…, de estar a la espera de que en cualquier momento podamos tener la oportunidad de intervenir en una acción realmente universal. He dicho». (Gustavo Bueno. Últimas palabras de la conferencia «España», 1998).
"Filósofo con Morrión. Gustavo Bueno". Óleo sobre tela, 40 x 40 cm (2018). Tisho Babilonia
La Cruz de Borgoña
Patricio Lons, un periodista e historiador argentino encantador (fundador del Portal «Comunidad Hispanista» y el canal de YouTube «Historia con Patricio Lons»), representa a la perfección esa necesidad que tenemos algunos de trascender las fronteras de nuestros amados países, porque en absoluto alcanzan para satisfacer nuestras necesidades existenciales e identitarias. Y este impulso que va en aumento, que se extiende entre la población gracias a los medios de comunicación de masas, las posibilidades de movilidad y conectividad físicas y digitales, la escolarización generalizada, las becas internacionales, el aumento del nivel cultural, el auge del turismo…, cada uno lo canaliza a su manera, según le dicta su entendimiento y su perspectiva personal de los acontecimientos.
En la Hispanosfera (por extensión Iberosfera, Latinosfera) cada día se percibe con más claridad la necesidad de revisar la historia y actualizar nuestra autopercepción colectiva; algo que es posible gracias sin duda a la lengua castellana, el idioma español, nuestra verdadera patria, el gran tesoro compartido que facilita la comunicación de 600 millones de personas, nuestro principal instrumento, nuestro activo patrimonial movilizador y concienciador con el que contamos.
Patricio forma parte de una oleada de estudiosos, eruditos, blogueros y youtubers de los dos hemisferios, a ambos lados del Atlántico que se están cuestionando seriamente la historia, la narrativa, la ficción que ha predominado en los últimos siglos en esta parte del mundo: un perverso relato que presentaba la gran obra imperial hispana como una abominación, de la que había que renegar con visceralidad y cerrazón hasta el fin de los tiempos, según esta versión —un relato que se propagó con saña desde las élites intelectuales, políticas y económicas de los países concernidos, porque para justificar la independencia de cada uno de los 20 estados («mil millones de repúblicas») en que se fragmentó el imperio, era mucho más fácil congregar a los parroquianos en favor de las élites criollas locales frente a un supuesto villano despiadado exterior/ajeno/extranjero, un enemigo oscurantista, atrasado, opresor, cruel y salvaje…, «la malvada España, la causa de todas las desgracias»; una estrategia que todavía se reproduce a pequeña escala en el relato antiespañol que sostienen los «maravillosos y entrañables independentistas micronacionalistas que disfrutamos con delectación» en mi país, es decir, nuestros indepes queridos—. Hoy sabemos que no fue tal, que esto forma parte del insulto nacional más grande jamás proferido por una mente colectiva —ficción «mente colectiva»—; que estamos hablando de una gran construcción imperial ensombrecida por la acción propagandística de las potencias rivales de dicho imperio, y como digo, por algunos líderes e ideologías miopes que que utilizan estos argumentos con propósitos electoralistas interesados, y como técnica de ingeniería social para la polarización…, una dinámica trillada que ya no nos sorprende ni surte efecto, que conocemos de sobra con el apelativo de «LEYENDA NEGRA ANTIESPAÑOLA». Un tema muy serio con consecuencias nefastas, que se arrastra y hereda de generación en generación. Una especie de cortina de humo denso y oscuro, un flagelo mortificante, que distorsionaba la realidad de los hechos históricos, e impedía ver, al menos hasta ahora, las diferencias tan significativas que existen entre un «imperio generador» como el español y un «imperio depredador» como el británico —según sostiene Gustavo Bueno en su «ficción filosófica» que denomina Materialismo Filosófico, también conocida como «FILOMAT»; un movimiento filosófico que nos ha prometido triturar todo el saber humano, al que le auguro, sin embargo, un gran porvenir, si empiezan a fijarse en las cosas que digo, pues tengo grandes planes para ellos—. Por consiguiente, esta cortina de humo tenía la virtud de distraernos y de hacernos percibir los procesos históricos imperiales como una abominación, como el mal absoluto [los imperios son el mal, mientras que el bien es “no se sabe qué”, es decir, que ciertos biempensantes ven con buenos ojos romper, desmenuzar, aniquilar estados en beneficio de los micronacionalismos, los grupos étnicos, etc., pero ven mal (¿imperiofobia?), lo contrario, sumar, congregar estados para arracimarnos con fórmulas que podríamos llamar «imperiales»]; y por extensión, nos impedía percatarnos de lo importante, es decir, las ventajas que supone contar, hoy en día, con tantos países latino/ibero/hispanoamericanos que tienen tantos elementos compartidos a nuestro favor…, lo mucho que nos une, en comparación con lo poco que nos separa, y lo cerca que podríamos estar de un cambio de paradigma, en sintonía con la dinámica globalizadora en la que estamos inmersos en este planeta —yo lo llamo «PARADIGMA DE FUSIÓN»—. Es decir, que gran parte del recorrido para alcanzar altas metas de desarrollo y convivencia, y organización supranacional, ya lo tenemos transitado en esta comunidad de naciones; en comparación con lo mucho que queda por recorrer en otras regiones del planeta.
"IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA”. María Elvira Roca Barea
Lons se pregunta: si desde Patagonia hasta California pasando por los Pirineos hablamos el mismo idioma, compartimos lazos históricos indelebles, buena parte de la misma raíz cultural y espiritual católica, muchos valores y tradiciones que nos conectan y hermanan; y tenemos problemas y desafíos comunes… ¿por qué no somos una nación o al menos una comunidad de naciones con planes y programas compartidos, por qué nos comportamos como desconocidos, y en algunas ocasiones como iracundos enemigos, mientras que propiciamos con esta desunión la injerencia en el territorio de otros actores con intenciones claramente depredadoras y manipuladoras, como son multinacionales de toda suerte y potencias tan arrolladoras como Estados Unidos o China? Y, reitera, ¿por qué no somos nosotros una potencia a la altura de estas, teniendo en cuenta todos los recursos que tenemos? Lons, y muchos otros como él de una punta a la otra de América y de España, analizan los largos 500 años de historia que nos vinculan y nos hermanan, las muchas hazañas —no solo musculares, sino intelectuales— que tuvieron lugar en esta tierra; nos hablan de la red comercial global o MERCADO-MUNDO que la civilización hispana desplegó en el planeta, y de la primera moneda global —el real de a ocho—, la más poderosa del mundo durante siglos; nos hablan de la red de ciudades, hospitales y universidades que se desplegó en el Nuevo Mundo —ficción «Nuevo Mundo»—; nos hablan del nivel de vida medio de las gentes en tiempos del imperio, que en nada tenía que envidiarles a los Estados Unidos, Europa y muchos otros territorios de aquella época; nos hablan del gran mestizaje, de la protección y la inclusión de los indios promovida por la corona, regulada por las Leyes de Burgos y Leyes Nuevas compendiadas en lo que se conoce como Leyes de Indias (una bomba conceptual que desactiva el relato de negrolegendarios e indigenistas, según nos cuenta Lons) que están en la base del Derecho Internacional y los Derechos Humanos, mucho antes de que en el resto del mundo se hablara de estos temas. [Nota: Conocemos la confusión histórica y geográfica por la que los europeos llamaron indios a las gentes que se encontraron al llegar al continente que luego denominaron América… Las palabras tienen siempre un punto de perversión, pero las necesitamos para entendernos de algún modo; por ejemplo, deberíamos utilizar el concepto «primeros pobladores» o algo así, en lugar de los términos «indígena» o «nativo», o «pueblos originarios», porque todos somos indígenas o nativos u originarios de alguna parte, y en realidad ningún pueblo es originario de América, todos vinieron de fuera en sucesivas oleadas migratorias a lo largo de milenios]. Nos hablan de la identificación con la corona y el imperio, así como de la lealtad y el afecto por España y lo español que tenían las poblaciones criollas (en esa época todos eran España, de lo contrario que me digan de dónde procedían, qué lengua utilizaban, qué religión, qué legislación)…, pues en este largo periodo de fusión formaban parte del mismo cuerpo social, la misma estructura política, que respondió con unidad cuando los piratas y las potencias enemigas los hostigaban o pretendían su invasión; nos hablan de la postura predominante que mantuvieron los indios, luchando a favor de la corona y del imperio, en la época de las guerras de independencia; nos hablan de la segunda constitución liberal de la historia —la Pepa—, redactada en Cádiz en 1812 —cuando el resto de la península estaba ocupada por las tropas de Napoleón—, por ciudadanos procedentes de los confines del imperio, en la que se reconocen españoles a todos los nacidos en cualquier territorio de la corona española de los dos hemisferios; nos hablan de la potencia militar y naval que fue el Imperio Español; y por último, nos hablan de las causas del declive que aconteció desde entonces, una vez que el imperio colapsó, fragmentándose en 20 países por obra y gracia de los famosos «libertadores», que en realidad actuaban teledirigidos por Inglaterra, la potencia rival, y bajo influencias ideológicas —ficciones como la «Ilustración francesa»— que a la larga trajeron la ruina, la postración y la enemistad entre hermanos. Una discordia que hoy tenemos que hacer el esfuerzo de superar para siempre, ¿sí o no?.
Patricio Lons no escatima cuando nos transmite estas reflexiones por Internet, y siempre enseñorea tras de sí, en su cuenta de YouTube, la bandera que durante tanto tiempo ondeó orgullosa de una punta a la otra del planeta, a todo lo largo del territorio hispánico, pero incluso portugués; puesto que, por azares del destino, designios dinásticos y sucesorios, Felipe II de España (I de Portugal) reinó sobre ambos imperios, en lo que se conoce como Unión Ibérica (1580-1640). Recuperar esta bandera, apropiarse de la Cruz o Aspa de Borgoña, también conocida como Cruz de San Andrés, es toda una declaración de intenciones, un acto simbólico fundacional —que nada tiene que ver con la nostalgia, sino con el porvenir—, que secundo sin ningún atisbo de duda, porque nunca es tarde si la dicha es buena; y es tal el deseo que tengo, que me inunda, para que la comunidad latino/ibero/hispanoamericana avance de una vez por todas, que la impaciencia me desespera. Sin embargo, sabemos que la impaciencia es una mala consejera, por eso, como contramedidas preventivas generales primaré la reflexión sobre la acción; abordaré muchos de estos temas y los proyectos artísticos con que los acompaño, como un proceso incoado, en marcha, abierto, deliberativo, plural, participativo… con ideas finales no dadas, sino perfiladas; como no podría ser de otra manera, en tiempos tan complejos y apasionantes como los nuestros.
En cualquier caso, puedo entender el estilo y la vehemencia que utilizan muchos de estos pensadores cuando acometen el análisis de los acontecimientos históricos y globales que estamos tratando, y cuando formulan sus prescripciones, sus propuestas, para superar la situación de fragmentación y declive que denunciamos. Celebro que lo hagan, lo respeto, aprendo mucho de ellos, pero no participo de todo lo que proponen —por supuesto—, porque tengo ideas propias y planes concretos, o al menos algunas intuiciones de lo que persigo. Esto tiene que ver con mi dificultad para identificar la fuente de los males, con tanta facilidad con que otros parecen señalarla de forma tan tajante y binaria (aquí el bien y aquí el mal, aquí lo que nos conviene y aquí lo que no, aquí lo correcto y aquí lo incorrecto). Por qué cuando hablan de la raíz católica de Latino/Ibero/Hispanoamérica parecen insistir en una especie de retorno a un pasado mítico tradicional confesional patriarcal conservador en el que ya ni creen, en el que supuestamente Dios era una realidad inmanente incuestionable —el dios católico romano—, se iba a misa los domingos y fiestas de guardar, y no existía ni rastro por entonces de las familias monoparentales/homoparentales/reconstruidas/adoptivas/de acogida/extensas/multiétnicas…, así como tampoco la revolución feminista, ni el colectivo LGTBIQ+, ni el aborto, ni el divorcio, ni la eutanasia... Por qué cuando hablan de la unidad latino/ibero/hispanoamericana parecen querer una fractura de Estados Unidos, para que los territorios que pertenecieron al Virreinato de Nueva España, por tanto al Imperio Español, como California, Arizona, Nuevo México, Texas, Florida... regresen a costa como digo de una quimera mental, la posible desintegración de los Estados Unidos; y siguen sin miramientos en plan cerebro reptiliano —acción reacción—, pidiendo Gibraltar, las Islas Malvinas… otras islas y plazas del Pacífico, del Caribe… para por fin resarcirse/vengarse de la «pérfida Albión», el mundo British. Y siguen de paso señalando a estos o aquellos «culpables»: que si la Ilustración, que si el liberalismo, que si la masonería, el indigenismo, la Teología de la Liberación, la iglesia evangélica, el marxismo, el Consenso de Washington, el FMI, el BM, que si los plutócratas globalistas (los Bilderberg, Soros y compañía), que si el Foro de Sao Paulo, que si el Grupo de Puebla, que si China, que si la Unión Europea…, dándole pábulo en contrapartida a personajes abyectos como Donal Trump porque parece ser un soberanista (antiglobalista) que va en contra de no se sabe qué… Y un largo etcétera. Creo que no debemos perder la perspectiva, no hay que confundir las churras con las merinas, ni la paella con la feijoada, ni los bigotes de Einstein con la fuerza de la gravedad, ni aprovechar el cambio de paradigma (de «fusión») de nuestra autopercepción como miembros de una gran comunidad internacional latino/ibero/hispanoamericana, el buen clima de entendimiento que se está creando… para colar en el mismo paquete, en primera posición, puntos en la agenda que no necesariamente son ni urgentes, ni convincentes, ni realistas, ni factibles, ni beneficiosos, ni vigentes posiblemente.
No, hay que partir de lo realmente existente si lo que se pretende es superar la realidad tal y como es para mejorarla. Y si es que hay que pelearse contra un archienemigo, este no será otro que el tirano «LÍMITE», al menos en lo que a mí respecta. Eso de ir arremetiendo a priori contra todo y todos como Don Quijote, con una interminable lista de agravios y asuntos pendientes, y al mismo tiempo pretender generar un clima de convergencia y unidad (reunificacionismo), cooperación y entendimiento, entre las naciones hermanas latino/ibero/hispanoamericanas, es un mal comienzo y un mal relato. Empecemos por lo importante, por tratar de lidiar con el límite que se apodera de nuestras mentes, nuestros prejuicios y valoraciones, nuestra imaginación, nuestras fobias, nuestra ignorancia, nuestros análisis, nuestras creaciones individuales y colectivas, nuestros sistemas e instituciones, las «ficciones» con que nutrimos y entretenemos nuestros ávidos cerebros día tras día, año tras año, a lo largo de toda una vida. Lo prioritario no es la agenda prevista de algunos revisionistas de la historia, lo primero y principal es crear un clima de encuentro, de conocimiento mutuo (una mutualidad), de diálogo, de reflexión profunda y extensa, para que poco a poco entre todos vayamos organizándonos a la escala pretendida, y se inicien pasos firmes y decisivos, pocos pero bien consensuados y calculados, proyectos efectivos y ganadores, que hagan de esta parte del mundo un territorio realmente brillante, próspero, fuerte, ecológico, avanzado, atractivo, que sea la envidia y el faro del mundo; solo entonces estaremos en posición de restañar heridas, saldar cuentas pendientes o no, recuperar causas perdidas o no, e influir en el rumbo de los acontecimientos del mundo. El Imperio Español no volverá, que se nos quite de la cabeza, pero puede ser la fuente de inspiración, el leitmotiv, para que entre todos construyamos algo mucho más grande y universal todavía, rabiosamente original y capaz, sofisticado, complejo pero robusto, que sepa colmar nuestras expectativas iniciales.
Insubordinación Fundante
Sobre cómo se construye el poder de las naciones
En anteriores artículos de esta serie he insinuado muchas de las razones que hacen de mí un auténtico rebelde intelectual —ya sé que esta apreciación forma parte de lo subjetivo, la ficción, la autopercepción; y que otros no lo verán igual—. Cuando iba descubriendo el mundo y comprendiendo mi posición en él, mi naturaleza inconformista trataba de sublimar muchas de las cosas que me hacían daño; procuraba darles la vuelta, enfocarlas de otra manera para poder mantener la autoestima, el equilibrio y la serenidad. Pronto brotaban emanaciones filosóficas e ideológicas espontáneas, gráciles, vaporosas, desinhibidoras, en forma de arte; no en vano el propio Schopenhauer decía que «el arte es la liberación del dolor de vivir», y puede que tenga razón. Siempre comparo este proceso —la creación artística— a la forma en que las ostras convierten en perlas los diminutos elementos extraños que se incrustan en sus cuerpos invertebrados, segregando nácar como autodefensa. Acaso el arte no es una envoltura nacarada, que segregamos para hacer soportable la vida, con la que superar los dramas, las incidencias, los escollos. Tal vez, pero lo cierto es que... ¿las cosas en mi país serán siempre así, hasta el fin de los tiempos o hasta que se rompa en pedazos, en Europa también, en el Mediterráneo, en América, en el resto del mundo; el orden existente seguirá siendo el mismo por siempre jamás? Al menos NO EN MI NOMBRE, no con mi aquiescencia, no con mi inacción, porque todo es infinitamente mejorable. Es así, por tanto, cómo convierto el arte en una actitud ante la vida y el mundo, y porque para conseguir un resultado mucho mayor y efectivo, una respuesta duradera y transformadora de la realidad de largo alcance que me tranquilice…, casi lo mejor que se me ocurre es detenerme, SENTARME A PENSAR, y no ceder con facilidad a las dinámicas que la realidad impone tal y como está configurada, no ceder con facilidad a las ficciones que los demás te vienen a contar. Antes, al contrario, ya se verá cuál es la realidad que se impone en función de la ficción que se adopte; puede que sea la que yo me invente, la que me seduce y me sacia. Evidentemente, esta rebeldía profunda, telúrica —que es literal, pues nací y crecí en una casa-cueva, en Benamaurel—, me ha impulsado siempre hacia la insubordinación, pero Marcelo Gullo (un ilustre politólogo argentino) lo describe mejor aún, él dirá «INSUBORDINACIÓN FUNDANTE», un concepto al que le auguro un gran porvenir; pues es lo que me pasa exactamente… En ese proceso de búsqueda frenética en pos de alternativas para sobrellevar todo aquello que me desasosiega, decido refundar la realidad, empezar de nuevo, casi de raíz; atrayendo el pensamiento que me gusta y descartando el que no, o al menos ungiendo este último con «nácar» para desactivarlo. Donde había vacío y desolación, ahora hay fecundidad y esperanza, donde hay atraso y desprecio habrá vanguardia, que será admirada y secundada durante siglos, donde había pobreza e incertidumbre habrá prosperidad... y los amigos de la ofensa, del insulto organizado, serán enviados al vacío, a la ridiculez, al ostracismo emocional e intelectual —a pulso se lo han ganado—.
Bien, pues a gran escala eso es lo que pretendo fomentar, una gran quedada, una gran sentada, vamos a sentarnos a pensar, y el hecho de hacerlo será justamente un gesto fundacional; y lo que quiera que salga de esto tendrá que estar a la altura de las circunstancias, de la complejidad, de los problemas y desafíos del mundo, que no pueden esperar. Esta es mi decisión, mi propuesta indeleble y parte de mi relato; por una vez será el mío —mi relato— y no el de los demás el que trate de marcar la pauta…, que lo consiga o no, será distinto, pero no será por falta de empeño ni de inspiración. De todos modos, se materialicen o no mis ideas, siempre podré pintarlas. Veis, esto ya es cambiar la realidad a mi favor, no sucumbir a la realidad que imponen las dinámicas previas, que otros han trazado e impuesto sin contar conmigo obviamente; es «insubordinación fundante» neta.
Yo invitaré —a su debido tiempo, con las formas y los mejores argumentos que encuentre, si puedo— a todo el mundo a venir a «NEURON POT», mi tierra natal en el sur de España, para que aquellos que como yo no soportan lo que ven y sienten, y necesitan cambiar de actitud, puedan emprender un nuevo rumbo para sus vidas respectivas y para sus países, sus continentes, para el planeta y la Humanidad en su conjunto —ficción «Humanidad»—; y los que no puedan acudir, por mil razones, siempre tendrán cumplida cuenta de lo que se diga y haga, por medio de la maravillosa tecnología que tenemos a disposición, Internet y el resto de medios de comunicación... Este gran encuentro llevo tiempo soñándolo, teorizándolo y preparándolo; y es como digo una invitación, una propuesta abierta, casi una hoja en blanco sobre la que reescribir la historia, esa que los que acudan protagonizarán. Pero ya trataré este asunto en futuras publicaciones y obras, de hecho, ya lo hago, todo lo que escribo y expreso en forma de arte conspira a favor de este proyecto.
"Nada le sucede al humán que su naturaleza no esté dispuesta a soportar”. (Marco Aurelio, emperador romano)
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Comienza el siglo XIX. Napoleón invade la península ibérica, «secuestra» al monarca —descabeza el imperio—, y estalla la confusión, la desorientación y el desgobierno en todos los territorios hispánicos. Es el momento perfecto para emprender la demolición sistemática del imperio, asestar el golpe final, tan largamente anhelado por las potencias rivales..., la británica en primer lugar. Por esta época, en Inglaterra, la Primera Revolución Industrial es una realidad perfectamente encauzada, que confiere a los británicos un enorme poder comercial y militar, una ventaja comparativa y competitiva abismal, que lógicamente sabrán utilizar a su favor. Captarán descontentos, financiarán rebeliones, adoptarán «libertadores», difamarán a los españoles, proveerán de naves y de hombres, y de armamento fabricado a escala industrial, e invadirán territorios…, y el Imperio Español se descuartizará mientras tanto. El viejo adagio del «divide y vencerás», el empequeñece a los otros, fragméntalos y subordínalos para que tú puedas crecer pisoteando cabezas. Y esto fue lo que pasó a los territorios del recién defenestrado Imperio Español... una subordinación militar, económica y cultural, como nos explica perfectamente Marcelo Gullo en sus obras.
Pensemos, por un momento, sobre el efecto magnificador que tiene producir mercancías de gran calidad en cantidades industriales: conseguir materias primas abundantes y baratas en cualquier parte del mundo, procesarlas industrialmente —a gran escala—, y luego embarcarlas en una potente flota mercante protegida por la Royal Navy; para venderlas en el resto del mundo sin cortapisas de ningún tipo, sin trabas ni competencia posible. Esta es la teoría, así es la maravillosa doctrina del «libre comercio». [«Nosotros los British os decimos/instamos/ordenamos a los territorios del Imperio Español que os libréis del yugo opresor y maléfico de la Corona Hispánica —un régimen anticuado, obsoleto y castigador—, del proteccionismo, las prácticas mercantilistas y monopolistas, para que comerciéis libremente por doquier; para que seáis como nosotros, ricos, modernos, poderosos y soberanos»]. Esta es la teoría, pero la realidad es otra: ni la Corona Hispánica ni el Imperio Español eran tan malvados, ni ineptos, ni opresores, ni oscurantistas, ni estúpidos como para abrir la economía, sin antes contar con ventajas significativas para poder hacerlo, y porque dentro de los territorios ya existía una monumental red interna de producción y libre comercio, esa que los «ineptos, opresores y mediohumanes hispánicos» construyeron a todo lo largo de un continente gigantesco como el americano (con ciudades enormes y modernísimas, rutas comerciales, puertos, astilleros, calzadas, tierras de cultivo, minería, factorías protoindustriales, una potente moneda común, universidades, hospitales, iglesias, fortalezas… Debemos preguntarnos qué habrían conseguido estas gentes si hubieran sido «humanes completos», ¡no quiero ni pensarlo! Como deduzco, habría bastado con implantar las modernas técnicas de producción industrial masiva en el imperio español (el motor de vapor, etc.), hacer la primera revolución industrial hispánica, a tiempo, para poder competir con ventaja o al menos en igualdad de condiciones con el imperio británico y cualquier otra nación de la Tierra; pero no fue así, no pudo ser. Explotamos en mil micro-repúblicas, mil moneditas micro-nacionales, mil controles aduaneros y arancelarios, mil fronteras, mil himnos y banderas micro-patrios... mientras que en Norteamérica los Estados Unidos hacían lo contrario, crecían con la robustez de un tiranosaurio de Jurassic Park, implantaban la industrialización y se expandían, hasta que poco a poco se convirtieron en un estado-continente industrializado, una superpotencia global, rica, libre, soberana, emancipada, que marcaba el rumbo del mundo; mientras que Inglaterra, a pesar de haber perdido las 13 colonias americanas, seguía creciendo y expandiéndose (colonialismo) y para nada estaba pensando en dejar de ser una rancia monarquía imperial (lo opuesto a la América Hispana)… Y así continuó el curso de los acontecimientos en el planeta. En verdad, no se es libre cuando se es pobre, y de eso sabemos mucho en nuestra parte del mundo.
Desde el primerísimo instante en que se obedece al otro, perdemos. Los británicos les dijeron a los criollos que obedecieran, que hicieran lo que ellos decían pero no lo que ellos hacían; que era lo siguiente: preservar su unidad en torno a su institución monárquica, en lugar de fragmentarse, generar poder económico y militar para todo lo contrario —expandirse—, mantener políticas proteccionistas y monopolistas internas mientras fomentaban el libre comercio en el resto del mundo, comprar barato o simplemente expoliar materias primas de sus colonias oficiales y sus colonias oficiosas (las repúblicas hispanas), etc.; para luego crear manufacturas industriales en la metrópoli (dar trabajo a su población nacional), y venderlas a precios competitivos, en masa, a las multitudes de estos territorios intervenidos y desperdigados por todo el mundo. Es decir, los British crearon un megacentro de acumulación de capital, tecnología y talento, un centro neurálgico bursátil global de transacciones financieras y comerciales, un centro de comunicaciones, un centro de mano de obra, de saber hacer, de innovación y excelencia, de producción industrial —eso que tanto detestan los marxistas: los «centros de acumulación», porque están empeñados en creer que repartir es bueno y acumular es malo—; se emplazaron en el centro del mundo y a los demás nos convirtieron en su periferia. Esta es la pura verdad histórica, la misma que se repite cada vez que emerge una potencia industrial y militar en cualquier parte del mundo: Estados Unidos, la Unión Soviética, China, el Imperio Colonial Francés, el Japón expansionista… Así que, ¿hemos tomado nota, hemos aprendido algo, estamos dispuestos a seguir con la dichosa Leyenda Negra, la balcanización infinita, el flagelo victimista, la pornomiseria y la autocompasión, llorando por la «infame suerte» de haber nacido heredero del malvado Imperio Español y no del conspicuo anglosajón; o machacándonos con elocuencia lacrimógena y frenesí «sadomasoca» a la manera exasperante que se exhibe en la literatura de Eduardo Galeano? Y, sin embargo, ya digo, no hay mal que por bien no venga. Tal vez esté llegando nuestro momento.
Estados-Continente
Deg Xiaopin, el líder supremo de la República Popular China entre 1978 y 1989, llegó a la misma conclusión que Marcelo Gullo y puso en marcha para China el proceso de insubordinación fundante más grande de la historia conocida por el momento, cuyos resultados pueden verse con claridad en la actualidad. Los chinos ya han puesto naves espaciales en la cara oculta de la luna y un rover en el suelo de Marte, tienen el yuan (renminbi ¥) una moneda solvente en ascenso, bancos y multinacionales potentísimos, son líderes en tecnologías punteras como la 5G, son la megafábrica del mundo, tienen un megaejército, planes estratégicos y geopolíticos propios a 50 años vista como mínimo —no hay quién les tosa—, comienzan a tener bases militares en el exterior, tienen un lindo «collar de perlas», «rutas de la seda» terrestres, marítimas, aéreas y digitales. Han creado incluso un gran cortafuegos informático que forma parte de un megaescudo dorado, —caray, con la cínica cursilería oriental: «dorado, celestial, suprema armonía…»— porque no quieren ninguna «contaminación cultural e ideológica» del mundo exterior (siguen todavía, después de miles de años de ímprobo esfuerzo de ensimismamiento, mirándose el ombligo afectados por el «síndrome de la muralla china» —una patología que acabo de inventarme—, creyendo que se librarán del «virus» de la Democracia y los Derechos Humanos, «esas disparatadas rarezas inventadas por los bárbaros occidentales» —ficción «Democracia», ficción «Derechos Humanos»—). Ahora son ellos los que cortan el bacalao, abanderan el libre comercio, dicen a los demás lo que hay que hacer… Todos o casi, estamos llegando a las mismas conclusiones que Marcelo Gullo. La Unión Europea lo intuye también, tiene una idea parecida, ya conocemos el punto incierto y desigual desde el que se partía: un etnoparque, un puzle variopinto de estados westfalianos pequeños y medianos, ricos, medio-ricos, medio-pobres y pobres; pero también persigue el Estado-Continente. El nacionalismo hindú de Narendra Modi ya cuenta con casi un subcontinente entero, un estado-civilización o estado-continente, superpoblado como el chino, que intenta hacer lo propio; y su punto de partida recuerda a la China de hace algunos años, tardará más en llegar porque es la democracia más grande del mundo, y en democracia los avances se hacen con más lentitud. Bueno, incluso en África hay una emergencia de voces panafricanistas que claman por lo mismo, por la insubordinación fundante de su continente, ya era hora. Ya conocemos también el fulminante proceso de resucitación de la Gran Madre Patria Rusia del «Zar Putin» (como lo denomina Alfredo Jalife)…, nuestros rusos llevan ventaja porque se han limitado a rehabilitar gran parte de las estructuras y el estilo propio que creó la Unión Soviética, hoy mismo están dedicados en cuerpo y armas a «recuperar» parte de esa grandeza, machacando sin cuartel, en una maldita guerra, al pueblo ucraniano. Y en cuanto a América, aparte del colapso existencial e identitario en el que están inmersos los estadounidenses, hartos de ser los sheriffs del mundo, los macarras de la película (tienen «20 millones» de bases militares en el exterior, con las que creen «pastorearnos»), de endeudarse hasta las cejas, y de saber que no por verse retratados en el cine de «Jolibú» como la nación más importante y avanzada de la tierra —«tremendísima megaficción»—, lo son; máxime cuando se otea en el horizonte una batalla por la hegemonía mundial librada contra los chinos, más los que se sumen a la fiesta. Pues bien, aparte de esto, digo, algo se mueve por fin, ¡madre mía!, en Latino/Ibero/Hispanoamérica.
desde los acantilados de Peniche en Portugal (2009).
¿Acaso es descabellado lo que predican Marcelo Gullo, Patricio Lons y la miríada de pensadores, como digo, a ambos lados del Atlántico («de derechas y de izquierdas, conservadores y progresistas, de arriba y de abajo»), que trama una especie de «resucitación» del Imperio Español? No, no lo creo, es bastante lógico; crear un gran bloque económico, político, social, cultural… latino/ibero/hispanoamericano es la idea más interesante que he escuchado en mucho tiempo. Me entusiasma realmente, y creo que buena parte de mis compatriotas españoles se volcarían con sumo gusto en esta gran empresa. Igual que nos apasionó el retorno de la democracia y la entrada en la Unión Europea; seríamos más americanos que los americanos, yo el primero. Un continente enorme, el americano, lleno de biodiversidad, de naturaleza salvaje, de recursos naturales, de territorios diversos, extensos, ricos, fecundos…, llenos de gentes igualmente diversas, mestizas, rebosantes de potencialidad —«mis compatriotas americanos»—…
Hay que trabajar esta idea de la «Insubordinación Fundante», involucrar a toda la región, desarrollar un plan. Hacer lo mismo que todos, dejar de comportarnos como subordinados y empezar a percibirnos como una región central, que tiene ideas propias, visión de futuro; para crear una buena red industrial en todo el territorio, una gran red de comunicaciones e infraestructuras, una profunda reforma económica, social, cultural y ecológica, un gran mercado interior, bancos y moneda(s) sólidos; dejar de exportar materias primas en masa sin cautela, sin ton ni son, que necesitará para sí misma; crear un plan energético de largo recorrido (preparar el salto hacia las energías limpias del futuro —«FUHIRE»—); crear una flota mercante, una buena defensa militar en la justa proporción que se necesita para la disuasión con el fin de asegurarse la independencia soberana; tener una política espacial propia… Todo esto envuelto con los mejores criterios ecosociales que podamos concebir, sin precedentes en la historia. Si no se tienen los conocimientos técnicos y científicos suficientes, se crean, se compran y/o se copian (como han hecho los chinos, comenzaron copiándolo todo). Para eso hay que tener un gran plan, férrea voluntad, capacidad de organización, convicción política, unidad.
En este caso diré para Latino/Ibero/Hispanoamérica lo mismo que a los españoles: ¡LA UNIDAD NOS CONVIENE! Aparte de esto, los europeos, España a la cabeza, podemos involucrarnos por completo en este proyecto compartiendo nuestros recursos, conocimientos, tecnologías, experiencia —siempre y cuando exista reciprocidad y todos ganemos—. A mí me gusta sumar, lo quiero todo, no quiero tener que elegir entre América y Europa; y puedo entender que un checo o un húngaro, por ejemplo, no sean conscientes del vínculo que la península ibérica tiene con América, no les concierna… y viceversa, que cualquier compatriota latinoamericano no entienda el vínculo que la península ibérica tiene con Europa y el Mediterráneo; para eso estoy yo, para hacerle ver al mundo la importancia de sumar, de unir, de conectar, de fusionar… y mis banderas así lo proclaman. Haber nacido en un país como España, ser depositario de una herencia tan rica y diversa, tan profunda y antigua, es algo serio que merece la debida consideración.
POSTRIPTUM
*Nota 8. La idea de una gran integración territorial para la América Hispana (Latina/Ibérica) tiene un largo recorrido, que bien pudo comenzar el mismísimo día en que el Imperio Español se volatilizó o lo descuartizaron. Los llamados «libertadores» —los artífices de la voladura, o los matarifes, según se mire— curiosamente ya soñaban con una «Patria Grande (Simón Bolívar, San Martín, Artigas…). Más adelante, el uruguayo José Enrique Rodó comenzó a expresar este anhelo en su literatura, para prevenirnos de la América «utilitarista» anglosajona, allá a finales del siglo XIX y principios del XX. Juan Domingo Perón y Getulio Vargas —presidentes de Argentina y Brasil respectivamente— trataron de darle, en su época, un impulso político e institucional a este gran sueño. Pero fue al final de la Guerra Fría, en los años 90 del siglo pasado, cuando se sentó un importante precedente con la creación del MERCOSUR (años después se emprendieron más iniciativas en este mismo sentido integrador, como la por ahora malograda UNASUR).
Estos asuntos son de los que trata el siguiente documental titulado: «LA NACIÓN SUDAMERICANA: Una mirada de Alberto Methol Ferré». Capítulos: 1, 2, 3, 4 y 5».
Sin embargo, nadie de entonces ni de ahora pudo imaginar..., nadie contó con las ocurrencias de Tisho Babilonia: un «gachupín», un «gashego», un artista pizpireto y metomentodo, con su idea de la «PLÁSTICA SOCIAL» (Joseph Beuys) y un sueño planetario megalómano, con grandes planes para el continente americano. Y claro, si nadie se pone de acuerdo, nadie encuentra la hebra, todo son rivalidades y desavenencias, choques ideológicos, cuentas pendientes, imposibles y desaguisados..., tendré que ser yo el que desempeñe el papel de detonante, acelerante, coadyuvante, catalizador con el talante festivo-reflexivo que deseo imprimirle a todo lo que emprenderé. Algo que me ilusiona y divierte, por una sencilla razón, porque no tengo... nada que perder. Tiempo al tiempo.
*Nota 9. El movimiento indigenista con tintes neomarxistas que recorre América de arriba abajo, con su inventario de argumentos archiconocidos, su retahíla de quejas y agravios, con la intención de descomponer/balcanizar/arrasar los estados westfalianos preexistentes, herederos directos de la propia balcanización del Imperio Español; un lujurioso empeño por dinamitarlos, igual que los micronacionalistas tratan de hacer en España (nuestros «indigenistas» peninsulares)... me tendrán enfrente dialógicamente, por supuesto.
Es notorio y conocido, ajustado a la realidad histórica, el adagio que afirma que «la Conquista de América la hicieron los propios indios (hartos de guerras floridas, sometimientos, sacrificios humanos y canibalismo), y que la independencia de las repúblicas americanas la hicieron los propios españoles (criollos) cegados por la avaricia y el oportunismo». Podemos pasarnos la vida llorando (como hizo Galeano) por el «infausto» momento en que Afroeurasia chocó con América… Sí, cierto, fueron los castellanos católicos los que protagonizaron el choque inicial, el cataclismo, el apocalipsis de las civilizaciones precolombinas que dominaban América; pero bien pudieron ser otros (los árabes, los chinos por el Pacífico, los africanos por el Atlántico Sur, o los anglo-germánicos protestantes por el Atlántico Norte —como así ocurrió en las costas de Norteamérica—; o incluso pudieron ser los Aztecas y/o Mayas y/o Incas, o una megaconfederación de todas las naciones «indígenas» o primeros pobladores de «Abya Yala» —curiosa palabreja—, la que cruzara el Atlántico e invadiera Afroeurasia para someternos a todos, expandir sus idiomas, construir pirámides y rezarles a sus megadioses sedientos de sacrificios humanos). La otra opción inesperada es que nunca nadie hubiera cruzado el Atlántico ni el Pacífico con fines de ningún tipo. Pero no, lo siento, fue España la que se ocupó de crear un enorme imperio, repartiendo sus virus patógenos con alegría pastoril e implantando su cultura, sus costumbres, su lengua, su religión, su legislación… le pese a quien le pese. Así que buena parte de estos megaprogres (Adanes y Evas) que se proclaman «indigenistas», odiadores de España (es decir, «la causa de todos los males de América», según la teoría indigenista y negrolegendaria), que tienen por apellidos Gómez, García, Ramírez, Juárez, Aguirre, López, Obrador…, que hablan la lengua de Cervantes, que sueñan con el supuesto «paraíso» perdido, y claman venganza por no haber sido sometidos por otra potencia extranjera (ya digo, una anglo-germánica, o una árabe, o una china, o una bantú), tendrán que conformarse con lo que son, el resultado del mayor mestizaje jamás conocido en la historia de la Humanidad —ficción «Humanidad»—, realizado en un tiempo histórico tan relativamente corto; y tendrán que apechugar con su naturaleza híbrida, mestiza, hispana, igual que hago yo. Así que desde hoy, los invito «sinceramente», a que se desahoguen a gusto, «quemen y destruyan» (lo digo con ironía, claro) con frenesí justiciero todo lo que huela a Hispanidad «imperialista, genocida, depredadora y opresora» (estatuas de Cristóbal Colón, de Hernán Cortés, Pizarro, estatuas de clérigos católicos...); y ya puestos, que olviden su propio idioma (el español), que abandonen las ciudades, las universidades y los hospitales que fundaron los «malditos españoles» y se vayan a la selva a vivir en «armonía santificada» en el seno de la naturaleza mancillada, con Pachamama y el espíritu de Galeano. Pues bien, allí los esperaré, en los «Grandes Mandalas» (un tema que abordaré en los próximos capítulos); los recibiré con sumo gusto, una vez que se hayan calmado, reconciliado con su naturaleza híbrida, y jugado un poco a ser Robinsones; para regresar a la «civilización» y ocuparnos entre todos de lo importante, sentar las bases del mejor porvenir posible que alcancemos a imaginar y proyectar, para beneficio de las generaciones venideras, sin distinción ni discriminación alguna por su género, su color de piel, sus rasgos étnicos, procedencia social, creencias, cultura… rumbo hacia el «futuro profundo».
"Escriba Andino". Óleo sobre tela, 30x30 cm (2020). Tisho Babilonia
En «Andrea», en «Gala», en «Titania» y en «Baza» (temas del siguiente capítulo) los esperaré sentado, en compañía de la «Santa Paciencia», para escuchar las grandísimas ideas que tengan para ofrecer, porque a mí no me impresiona esta autodestructividad hipócrita, allí nos veremos. ¿Serán capaces de acudir, su «orgullo herido» les dará un respiro, se prestarán al juego que les está planteando este españolito «malvado, imperialista y genocida» que les habla?
*Nota 10. De momento, en cualquier caso, deseo expresar mi adhesión más entusiasta a aquellos movimientos que postulen por el acercamiento, la convergencia..., que tracen la senda hacia la reunificación de los países hermanos de Latino/Ibero/Hispanoamérica en el grado que sea. Insisto, la unidad nos conviene. No obstante, tengo que añadir aquí una grandísima advertencia: que nadie se confunda conmigo, si apropio la Cruz de Borgoña como una de mis banderas, si la hago mía, y si hablo de la reunificación de los países latino/ibero/hispanoamericanos... este reencuentro ha de ser extremadamente original y templado, bien reflexionado y calculado; porque nadie va a conseguir que esta bandera sea la que hondee, en el futuro, en el primer carro de combate que entre en algún territorio para librar una invasión o un ajuste de cuentas con la historia…, como hemos visto estos días con la bandera soviética entrando en Ucrania. Antes de eso, habrá que ajustarles las cuentas a los historiadores y a los filósofos que lanzan soflamas beligerantes con tanta elocuencia, que tienen una relación casi erótica con la guerra; habrá que separar el grano de la paja en materia de ideas, ficciones y ortogramas. El futuro de la especie es pacífico sí o sí, complejo, interconectado, interdependiente, global, a prueba de ardores guerreros y hegemones imperialistas. Ya adelanto que superaremos el orden multipolar en el que estamos inmersos en la actualidad, con el propósito de encauzar a nuestra especie rumbo hacia el «FUTURO PROFUNDO», lo cual pasa por un orden más allá del multipolar, un ORDEN ESFÉRICO, que es el que trato de esbozar aquí en esta relación de capítulos.
Continuará...
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