Viene de “Mi Bandera (Múltiple) 1, 2 y 3”. Consúltense antes de seguir la lectura.
Sin embargo, obviando todo lo dicho con anterioridad, nos encontramos ante una realidad inédita, desconocida... El grado de avance de globalización de nuestra especie nos arrastra hacia grandes desafíos y contradicciones. El orden westfaliano en el que se estructuraba el mundo de los últimos siglos, con base en los estados-nación y estados-civilización, parece resquebrajarse por momentos; porque las fronteras que en su día se levantaron como diques de contención, escudos de protección, precintos de «ficción»... hoy no son más que un vestigio inconsistente, carcasas carentes de sentido, de un pasado que no volverá.
Mientras que los nacionalismos (micro, macro, mega) se empeñan en poner cortafuegos, diques y barreras divisorias donde no las había (como es el caso de los separatistas catalanes) o de reforzar las barreras preexistentes (como es el caso de muchos populismos, el más obsceno el de Donald Trump); emerge un impulso emocional disperso, confuso, indefinido todavía, que se está extendiendo por todo el planeta —en algunas zonas más que otras lógicamente—…, un runrún generalizado que merodea en los corazones de la gente, como nunca en la historia de la Humanidad —ficción «Humanidad»—; que ansía más espacio para una «red intersubjetiva de sentido» (Noah Harari) más amplia y satisfactoria que la que ofrece el estado-nación correspondiente. Es decir, que el orden westfaliano nos es útil únicamente hasta cierto punto.
"Humán Supersapiens. Yuval Noah Harari". Óleo sobre tela, 50 x 50 cm (2019). Tisho Babilonia.
Yo no solo soy español, esto ha de quedarle claro a mis compatriotas, soy más cosas y no podrán convencerme de lo contrario, ni ellos ni nadie del resto del mundo; si acaso seré yo el que los interpele a ellos —teniendo en cuenta los tiempos que corren—, para preguntarles si solo quieren ser —o solo son— españoles y nada más; pero ya puestos, esto mismo se lo preguntaré al resto de los «ciudadanos del mundo», si solo quieren ser —o solo son—, por ejemplo: chinos (esos que dicen vivir en el «país del centro» —¿el centro de qué?—), americanos (estadounidenses, hablemos con propiedad), rusos, mexicanos, brasileños, megabritánicos, hindúes, senegaleses, nigerianos, pibes argentinos, sudafricanos, marroquíes, australianos (espaciosos), israelíes (de cuando la ficción «Biblia»), nipones (del país del sol naciente), paquistaníes (del país de los puros), iraníes (del país de los arios)…, miembros únicamente de su país y de nada más. ¿De verdad?
No obstante, debemos ser comprensivos, disculparnos más a menudo. Son lo que dicen ser porque no han aprendido qué otra cosa ser («excepto los catalanes que sí que lo han aprendido en TV3»). Insistiré las veces que haga falta en esto de las «ficciones» y sus consecuencias. Algo que funcionó muy bien en el pasado puede funcionar menos bien en el presente. Soy el primero que reconoce la utilidad vertebradora de la realidad gracias a los estados nacionales —insisto—, pero ser miembro de la especie humana es mucho más interesante que ser español, o que cualquier otra nacionalidad, ¿sí o no?; un tema poco explorado para la mayoría, pero que me ha preocupado toda la vida por su alto potencial, y que cobrará más relevancia a medida que avancemos rumbo hacia el «futuro profundo» —un concepto que quiero invitaros a desarrollar también—. De hecho, ha sido ahora recientemente cuando he comenzado a implicarme de manera activa en la deriva política de España, sobre todo para poder ubicarla dentro de mi visión global de las cosas.
Puede que en otros tiempos la noción de especie careciera de significado ni de utilidad; las personas raramente salían de sus comarcas o núcleos urbanos, raramente conocían gentes extranjeras, raramente accedían al conocimiento de su época, raramente sabían de las políticas que desarrollaban las autoridades bajo los regímenes en que vivían (condes, marqueses, príncipes, reyes, virreyes, emperadores, zares, faraones, tlatoanis, emires, califas… o monarquías, repúblicas, satrapías, taifas, kanatos, incanatos, califatos, sultanatos, exarcados, shogunatos, virreinatos, imperios…). La información viajaba lentamente y a lugares contados con los dedos de la mano. Te enterabas de la existencia del poder y de sus planes por el efecto dominó, piramidal, derrame, remoto... delegado en caciques, señores feudales, gerifaltes y fuerzas del orden, o algo parecido; y porque te reclamaban algún tipo de impuestos o te aplicaban penas o sanciones, o reclutaban a tu hijo para la leva. El grado de acceso a la información y el conocimiento era parco, y los descubrimientos, invenciones, innovaciones también. Hoy, sin embargo, lo importante, lo esencial que hay que saber de todo aquello que sucedía en esos largos periodos de tiempo, lo aprendemos en unos cuantos años de escolarización… Descubrimos novedades asombrosas, que los «humanes» —Humán: Neologismo. Ser humano, hombre o mujer, como mensch en alemán, homo en latín, o anthropos en griego. Plural, humanes— de tiempos pretéritos no podrían ni sospechar, tal vez ni comprender. Por ejemplo: que la Tierra es redonda (con permiso de los terraplanistas), que se mueve alrededor de una esfera incandescente gigantesca de hidrógeno y helio con unos 5000 millones de años de edad; que el cielo nocturno que nos maravilla es una diminuta porción visible de una galaxia que viaja por el espacio a velocidades vertiginosas imposibles de asumir por nuestra imaginación, en un universo en expansión compuesto por millones de galaxias más; o qué me decís de la dinámica de las placas tectónicas (el suelo se mueve bajo nuestros pies, levanta cordilleras y desplaza continentes); o todo lo que sabemos de la evolución de las especies (con permiso de los creacionistas), el ADN… ¡«Dios»! —ficción «Dios»—, si solo la Wikipedia desborda todos los moldes, qué podríamos decir de Internet entonces —la red de redes—.
Yo, mí, me, conmigo
La década de los años 90 fue la época de mi formación artística. Estudié Bellas Artes en Granada y en París. Anduve años pensando en una «BANDERA MUNDIAL» que representara todo lo que era mi persona, todo lo que bullía en mi cabeza; porque ya por entonces tenía claros grandes planes para mi especie y para el planeta, grandes convicciones antropológicas. La palabra «GLOBALIZACIÓN» se encendió en mi mente casi al mismo tiempo que apareció en los medios de comunicación y se popularizó (los franceses prefieren decir «mundialización»), encajaba perfectamente en el conjunto de inquietudes que manejé en mi cabecita desde siempre, de forma natural. La escuela, el bachillerato, la televisión, el cine, las lecturas… ponían el mundo entero a tus pies, y estimulaban tu intelecto como nunca antes en la historia de la Humanidad —ficción «Humanidad»—; eso es seguro (cuando todavía no conocíamos ni Internet). Y descubrías la infinidad de escenarios en los que se desarrolla la vida de los humanes y del resto de las especies vivientes a lo largo del planeta; tenías noticias de grandes carencias humanas en muchas regiones del mundo y abundancia en otras, grandes desequilibrios, grandes conflictos y tragedias, pero también similitudes entre los distintos pueblos —ficción «pueblo»— de la Tierra; grandes aventuras históricas, científicas, filosóficas, políticas, sociales, tecnológicas… desarrolladas por tus semejantes (miembros de tu especie); belleza, fealdad, polución, basuraleza, sufrimiento, estrés, enfermedad y muerte, guerra y paz, alegría, festividad, arte… Aprendías a conocerte a ti mismo, a saber de ti y de tu entorno, por comparación, gracias al conocimiento de los demás, del resto del mundo, que entraba en tromba en casa a través de la excitación audiovisual que proporcionaban las pantallas. Esto sigue pasando hoy, aquí y ahora, con más intensidad todavía, a cientos, miles de millones de jóvenes, que sin saberlo se alejan inexorablemente del «pasado profundo», abisal, a velocidades vertiginosas, y se internan en el «futuro profundo», en una era nueva y desconocida, en la que todos los parámetros, todos los referentes del pasado están estallando por los aires; algo que nos obligará a hacer una relectura de la realidad, una reinterpretación de nuestra misma naturaleza humana... Explorabas el mundo con los ojos como platos lleno de estupor, sorpresa, fascinación, pero sobre todo con amor y gratitud por estar aquí para verlo. Solo se ama lo que se conoce, y si el conocimiento procede de todos los rincones de la Tierra, aprendes a amarla toda entera. Sería ridículo resumiros esto en cuatro líneas, cuando estamos hablando de las ocupaciones naturales de mi mente desde que me conozco, día tras día, año tras año, infancia, adolescencia y juventud. ¿Qué pasaba mientras tanto en vuestras cabezas?
Con el tiempo he tenido que darme una explicación (ficción, relato) a mí mismo para poder aceptar mi persona y poder justificar las ocupaciones de mi mente, porque no es normal, estoy seguro de que esto no es normal. Quién se para a pensar en que hay que emancipar a nuestra especie —ficción «emancipar»—, elevar la calidad de vida de toda la población mundial —ficción «calidad de vida»— (en fin, amén de las personas y grupos que voluntariamente prefieran autoexcluirse de esta perentoria ilusión); o mejor dicho, al menos alcanzar ciertos niveles de vida medios, globales, asumibles por los estándares que nuestra imaginación actual pueda tolerar; un peliagudo tema que está aún por determinarse, porque lo que se pueda entender por nivel de vida pertenece a la «ficción», y hay tantas «ficciones mentales, materiales y nacionales» como estrellas en el firmamento; así que al final todo queda en manos de las «masas críticas», del número de seguidores de una idea, o sea «¿ficción?». Además, quién se para a pensar en cómo hacerlo, y además quién pretende llevarlo a cabo. Seguramente habrá muchas personas con este tipo de inquietudes —algo sintomático de nuestros tiempos—, pero cuántas dispuestas a intentarlo; como mucho lo intentarán en su pequeña parcela de la realidad: se meterán en política, en sindicatos, en ONG, en el periodismo y la divulgación, o en laboratorios para descubrir la cura del cáncer, otros se meterán a blogueros, youtubers..., crear una empresa y generar puestos de trabajo también vale, ¡eh!, muchos adoptarán una ideología política —a elegir entre la marabunta de opciones ideológicas que nos envuelven—, la convertirán en credo, en alfombra voladora, llave maestra abracadabrante, con la que «resolver mágicamente todos los problemas del mundo»... Pero quién se especializa en la totalidad (mejor dicho «globalidad»), cómo se implementan transformaciones gigantescas a escala planetaria, de forma apreciable, física, tangible, esférica, en un tiempo razonablemente próximo; acorde con la velocidad de los acontecimientos y el enorme arsenal de recursos de todo tipo que tenemos a disposición planetaria. Y, sin embargo, aquí estoy yo, empleando mi tiempo en estos menesteres; y lo cierto es que creo haberlo aprovechado, por fin he averiguado cómo hacerlo, más adelante en esta relación de capítulos os lo contaré. [¡Atención, primicia mundial, permaneced atentos-as!].
En realidad, nunca he soportado la idea de que nada ni nadie pudiera apartarme de este cometido. «Un artista mesiánico y megalómano típico, del montón, lo reconozco». Nunca he aceptado ocupaciones, empleos, compromisos personales ni profesionales, que pudieran entretenerme o desviarme más de la cuenta de esta «misión vitalicia». De hecho, me falta día para poder ocuparme de todas las cosas que quiero conocer y hacer, y no me puedo multiplicar; así que tengo que avanzar a base de pequeñas concreciones/ficciones simbólicas, sintéticas, semióticas, estocásticas…, es decir: ARTE. Por tanto, para mí, básicamente el arte es el camino al que llego después de eliminar/sumar todas las demás opciones; es una actitud ante la vida.
"Necesitamos mundólogos". (Ernesto Sábato)
La bandera mundial
A la bandera de la ONU le di muchas vueltas, pero muchas más a la ONU en sí misma, como organización internacional. Es poco icónica, es anecdótica, inconsistente..., «me refería al trapo azul que utilizan como emblema». Empecé a fabricar la mía propia, y primero pensé en los colores: no podían ser ni uno ni dos ni tres, porque si hemos de simbolizar la gran diversidad que es el mundo, se necesitarían todos los colores; así que por aquí fueron mis primeras tentativas. Pero ya existían numerosos precedentes como la bandera aimara —la wiphala— o la bandera arcoíris del movimiento LGTBIQ+, y para diferenciarla pensé en organizar los colores de muchas maneras, con cenefas, heráldica, símbolos, y en esas diatribas anduve algún tiempo —entre muchas otras tareas—. Después me interesé por la forma del trapo, si cuadrado, rectangular, triangular, curvilíneo, alargado... Ya por entonces tuve noticias de casos artísticos comparables con el mío; conocí la obra de Zush, un artista español que no solo tenía una bandera, sino que regentaba un estado propio, el estado unipersonal de «Evrugo» —con moneda propia, pasaporte y todo lo demás—, en el que el artista era su soberano. Me fascinó mucho más la obra del estadounidense James Lee Byars y la bandera mundial que manejaba: era un rectángulo dorado con un círculo recortado en el centro en alusión al planeta. Esto ya fue la gota que colmó el vaso. Ciertamente yo no era el único artista con este tipo de preocupaciones, y además Lee Byars dio en la tecla; mi bandera sería dorada, un no-color que simboliza la nobleza de la misión, la reunión toda entera de la pluralidad que hay que tener en cuenta. Así que poco a poco acabé adoptando la fórmula definitiva, una bandera farpada rectangular de color dorado con un batiente acabado en dos puntas; para diferenciarla del resto de las banderas rectangulares y de los colores primarios y secundarios que se utilizan... Por cierto, puesto que el color dorado es difícil de reproducir, valdría el amarillo como sustituto, un color que siempre lo he asociado con la naturaleza de lo divino —la ficción «divino», quiero decir—.
Así que pude por fin adoptar el símbolo/icono/relato/idea/concepto/estroma/ficción «Bandera Mundial», e incorporarlo a mi gran lista de iconos que estuve compendiando durante décadas (primeramente sin saber que lo estaba haciendo y después buscándole un sentido a todo aquello); una ficción artística que resulta ser una gran falsación visual, una obra de arte ¿no?, un ejemplo de plástica social —muchos de estos iconos los apropié o extraje de diversas tradiciones culturales del mundo y otros fueron inventados a medida que los necesitaba—. Es decir, que añadí esta bandera a lo que llamo «Carta Magna Icónica», compuesta por cien iconos nada más y nada menos; una construcción artístico-conceptual que me ha llevado décadas —no hace tanto le realicé unas pequeñas modificaciones—, para la que tendré que crear una sección específica en mi sitio web. Pero esto será otra historia.
A diferencia de Zush y de su estado unipersonal, mi bandera simboliza a todo el planeta real con el conjunto de lo que contiene. Y por supuesto es el emblema o enseña visible de un «estado global/planetario» cuyo regente soberano —según mi ficción— no es otro que la especie humana —antes de que sea ¿trans/poshumana?, supongo—, compuesta por unos 8000 millones de personas, en este caso literalmente «ciudadanos del mundo», ¿sí o no? Partiendo de esta falsación, en realidad al pretender promover la creación de un gran estado, lo que estoy reproduciendo es una exitosa «ficción política», largamente refutada, contrastada e implantada a lo largo de la historia, que llega hasta nuestros días; una fórmula para autoorganizarse que funciona desde que la especie humana abandonó el mar de aestatalidad prehistórica en el que vivió miles de años atrás, que es la de los estados y/o imperios…, lo que cambia es la escala, los medios, los métodos, la experiencia histórica, la época y la oportunidad. [A lo largo de la historia hubo muchos imperios que pretendieron ser universales, de los cuales tenemos mucho que aprender, ninguno tuvo éxito en el intento de abarcar todo el planeta por falta de medios, de método, y de «ficción», y porque otros se interpusieron; pero los tiempos cambian y la oportunidad se presenta, ya me encargaré de hacérselo ver a mis «compatriotas ¿planetarios?»]. Un planeta, un estado, una patria, una civilización: la primera civilización global de la historia; what else!
«Día de la Fundación». Acción artística. Altiplano de Granada (año 2000)
Tierra Patria
Las ventajas de pensar el planeta como una unidad (aunque compleja/diversa/plural/discontinua/symplokética/esférica, multicapa, multidireccional, multipolar), un estado, un país, una megaficción... son fabulosas. Para empezar, no sé si mis «compatriotas planetarios» se dan cuenta del tiempo que viene, de la era en la que estamos entrando sin retroceso posible, de las novedades trascendentales que se avecinan. Aquí mencionaré alguna, por ejemplo, una que considero determinante/fundamental para el conjunto de la Humanidad — ficción «Humanidad»— es la más que probable inminente llegada de la FUSIÓN NUCLEAR, la fuente de energía más potente de la historia, jamás concebida; un hito que marcará un antes y un después para la vida en la Tierra e incluso en el espacio. En tal caso, podemos adelantar que en un futuro no muy lejano, la completa sustitución del sistema energético actual global, basado en los combustibles fósiles —que yo denomino «CAPEGASU», acrónimo de carbón, petróleo, gas natural y uranio—, será una realidad incontestable. Es entonces cuando el trinomio Fusión+Hidrógeno+Renovables que denomino «FUHIRE» —su acrónimo—, no solo se convertirá en la manera más práctica de aminorar e incluso detener la emisión masiva de CO2 a la atmósfera, en el intento de prevenir el Calentamiento Global; sino que de repente tendremos a nuestra disposición un caudal inusitado de energía limpia, una súper-herramienta (o un juguete —según quién y cómo la utilice—) con la que dar rienda suelta a nuestra mayúscula creatividad colectiva..., que es proverbial —no hay más que contemplar el planeta por la noche a vista de satélite para darse cuenta—. Esto explica que un buen número de estados actuales estén involucrados en la investigación y el desarrollo con fines comerciales de la Fusión Nuclear (como en el proyecto ITER, que es una colaboración de 35 países comprendidos dentro de siete miembros principales: China, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Rusia y Estados Unidos), de manera colaborativa —curiosamente— [incluso Granada, mi tierra, está en primera fila, porque va a albergar la instalación de un acelerador de partículas, un importante centro de investigación sobre materiales para los reactores de fusión, denominado IFMIF-DONES]; lo que nos da una idea de la importancia de esta energía estratégica, y del grado de interdependencia que existe entre las naciones a día de hoy; no hace falta recalcar la interdependencia que existirá más adelante todavía. Es decir, que estamos a las puertas de lo que Jeremy Rifkin llama la TERCERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (TRI), una época de transición revolucionaria —aunque Rifkin no ha contado en sus libros con la irrupción de la Fusión en el panorama mundial, solo ha pensado en las energías renovables y el hidrógeno—, que modificará los cimientos de la civilización —planetaria—.
Vista nocturna de nuestro planeta.
Según podemos concluir, analizando las palabras de Rifkin y según el sentido común, una revolución industrial modifica de forma indeleble la relación de los seres humanos con la materia, el tiempo y el espacio; pero yo añadiré que también modifica el cerebro, la imaginación, la conciencia, y que eso acaba traduciéndose en nuevas formas culturales de entender la vida y el mundo, la identidad en definitiva; gestando ficciones que desembocan en nuevas formas políticas de organización, es decir, que refundan la civilización. Supongamos que una revolución industrial se sostiene sobre los siguientes cinco pilares (me gusta el número cinco): (1) nuevas fuentes de energía, (2) nuevos materiales, bienes de consumo, y servicios, (3) nuevas formas de producción, movilidad y logística, (4) nuevos métodos de relación y comunicación, y (5) nuevos paradigmas, nuevas ficciones… Entonces, la Primera Revolución Industrial la identificaremos con base en el carbón y el hierro/acero, el motor de vapor, la locomotora, el ferrocarril, el barco a vapor con casco metálico, las primeras maquinarias con producción a gran escala (factory sistem), el telégrafo… La Segunda Revolución Industrial con el petróleo, el motor de explosión, la producción a escala, los coches, motos, trenes, tractores, camiones, aviones, cohetes…, la electricidad, la iluminación nocturna, los transistores, la radio, el teléfono, la televisión, el silicio… Y la Tercera Revolución Industrial la asociaremos a una era poscarbónica, digital, robótica, ¿colaborativa? —en red—; Rifkin nos habla incluso de «capitalismo distribuido» … Sin embargo, esto solo es a primera vista, después tendremos que analizar los cambios profundos que estas revoluciones desencadenan en las sociedades, algo para lo que tendré que dedicar futuras reflexiones. En este momento lo que me interesa es hacer ver la época de transición en la que estamos inmersos, puesto que en mi opinión aún no hemos salido de la Segunda Revolución Industrial, mientras que algunos ya están hablando de Cuarta y hasta Quinta Revolución (algo que es erróneo por completo desde mi perspectiva). Mientras que no superemos la era CAPEGASU no habremos salido, y no veo evidente que lo hagamos si no es mediante el impulso definitivo y masivo que nos promete la llegada de la Fusión Nuclear. Solo entonces podremos entender y visionar de forma panorámica el mundo que viene, podremos comprender la enorme plasticidad con la que encararemos la nueva relación —como digo— con la materia, el tiempo y el espacio. Y es en este punto al que quiero conducir este discurso, para hacer ver la gran oportunidad histórica que se presenta a la Humanidad —ficción «Humanidad»— para emprender un gran viraje de los acontecimientos hacia una era más consciente, humanista y ecologista. Y en lo que a mí respecta, es en este momento presente en el que hay que empezar a promover una reflexión profunda, a escala planetaria, como jamás antes, sobre el futuro que queremos; porque, cuando irrumpa la Fusión Nuclear con su poder magnificador, todo lo que hayamos dejado en manos de la improvisación acarreará consecuencias gigantescas que puede que lamentemos.
Y mientras tanto, los estados westfalianos envían a sus funcionarios con instrucciones precisas para defender sus intereses nacionales en las distintas y diminutas sedes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el intento casi mecánico, reflejo, de seguir reproduciendo un mundo y una lógica (la del modelo westfaliano) hasta el «infinito». Algo que salvando las distancias me recuerda metafóricamente a los últimos días de Pompeya, previos a la explosión del Vesubio... Yo no puedo esperar, no debo, es mi responsabilidad como «compatriota planetario, ciudadano del mundo» y como artista, y por eso propongo solemnemente adelantarnos a los acontecimientos, proyectar, debatir, conocernos, entrenarnos, tender nuevas redes sociales planetarias, configurar nuevos circuitos neuronales, trabajar el hipotálamo, trabajar el inconsciente colectivo —ficción «inconsciente colectivo»—, ejercitar la imaginación en pos de nuevas megaficciones globales que nos contenten, nos ilusionen y nos pongan a funcionar, al menos a las masas críticas planetarias necesarias... Añadiría, incluso, que ya tenemos mucha documentación y ejemplos prácticos en los que basarnos para construir identidades nuevas sacadas de una chistera, nuevas megaficciones como la planetaria. Sin ir más lejos, deberíamos estudiar —por ejemplo— cómo han procedido nuestros ilustres independentistas micronacionalistas catalanes estas últimas décadas para fabricar su megaficción catalana; aprenderemos un horror.
El futuro nos alcanza y nos sorprende. En el norte de la provincia española de Granada, en el Altiplano que hoy ocupan las comarcas de Baza-Huéscar, en cuyo centro geográfico se ubica BENAMAUREL —mi pueblo natal—; prospera una soleada «cosmópolis» a unos 800 metros de altitud media, conectada con el mar por un corredor natural que discurre por la cuenca del río Almanzora. Este «asentamiento cosmopolitano» tiene un aeropuerto principal muy transitado, y un cosmódromo en el que aterrizan y despegan continuamente naves espaciales procedentes de Marte y la Luna, además del resto de los destinos espaciales. La «COSMÓPOLIS DE BAZA» —este es el nombre definitivo que le he asignado, un topónimo local, un nombre femenino y corto que me gusta—, nos sorprende por sus muchos aspectos originales, por ejemplo: tiene dos áreas portuarias marítimas en lugar de una, en dos continentes por separado, PUERTO REY en la costa europea del Mar Mediterráneo, y ORÁN enfrente, en la costa africana de Argelia.
«Cosmópolis de Baza. Planetización»
A lo largo de la segunda mitad del siglo XXI decidimos que la Humanidad —ficción «Humanidad»— emprendería una APUESTA SERIA por el desarrollo del «GRAN SUR GLOBAL» bajo la consigna de: «DESPLAZAMIENTO HACIA EL CALOR». La Fusión Nuclear en combinación con el Hidrógeno y las Renovables («FUHIRE», su acrónimo) fue la principal herramienta tecnológica con la que contamos para lanzarnos en pos de este solemne cometido. La desalación masiva del agua del mar se convirtió en el recurso transformador esencial, gracias a los «hidrocolectores marinos», las «plantas desaladoras de fusión» y los caudalosos acueductos que desde entonces envían agua tierra adentro, para impulsar la transformación agroforestal de vastos territorios (antes, subdesérticos), en los que hoy prospera la vida palpitante... No solo se acometió un férreo combate contra el avance del Sahara —la desertificación—, la contaminación y el Cambio Climático; recreando grandes espacios biodiversos tanto terrestres como submarinos, impulsando la proliferación de multitud de especies animales; sino que también se combatió la precariedad, el desempleo y la desesperación de grandes multitudes…, desarrollando amplias y fértiles extensiones agrícolas, polos industriales e importantes núcleos de asentamiento «cosmopolitano» (regidos por los principios de «CONTAMINACIÓN CERO» y «ABUNDANCIA FRUGAL»), que hoy ofrecen altos estándares de vida a muchos millones de seres humanos del Norte de África y del Sur de Europa…
La «Red de Cosmópolis», repartidas estratégicamente por todo el planeta en doce áreas geopolíticas —la decimotercera es la Antártida—, concebidas como «Capitales del Gobierno Mundial» —algo parecido de manera sui géneris a una «red de sucursales de la ONU Ampliada»—; para convertirse en grandes motores de sinergia, grandes atractores guía y grandes heraldos de la «Primera Civilización Global de la Historia» —mi querida «megaficción»—... nos puso las pilas, encauzando el gran hervidero de ideas, proyectos, impulsos emocionales y actitudes existenciales que los humanes de principios del siglo XXI no acababan de descifrar, divididos entre la llamada del globalismo y la cautela proteccionista del soberanismo, acongojados por los grandes retos planetarios de los que apenas se comenzaba a tomar conciencia...
Óleo sobre tela, 100 x 100 cm (2018). Tisho Babilonia.
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En cualquier caso, queridos compatriotas planetarios, miembros de la «NOOSFERA», no os preocupéis por este relato y las posibles inquietudes que suscita (estáis hartos de ver películas hollywoodienses con fantasías menos verosímiles); ya conoceréis el resto de esta historia, vosotros mismos podréis protagonizarla, quizás. Pero para eso es preciso que me sigáis en las redes sociales (Facebook, X, Instagram), permanezcáis atentos/as a las novedades que os plantearé; y por último —esto también cuenta— no olvidéis comprar cositas en mi tienda online (www.tishobabilonia.com/tienda). ¡Gracias, obrigado, shukran, merci, grazie, thank, danke, spasiba, xiè xiè, dhanyavad, arigato…!
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Por el momento en este capítulo no añadiré más, hay mucho que procesar.
Continuará...
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