Viene de “Mi Bandera (Múltiple) 1 y 2”. Consúltense antes de seguir la lectura.
Solo son dos, las actitudes posibles que caben ante un proceso hipotético, o real, como es el caso que nos ocupa, de SECESIONISMO: ponerse a favor, ponerse en contra. Se lo hago saber a todas las naciones de la Tierra —«ficciones nacionales, estatales, identitarias»—, por si les acontece dentro de sus fronteras dicho fenómeno alguna vez. En una situación como esta, ninguna otra opción intermedia tendrá relevancia ni sustancia, como, por ejemplo: ponerse de perfil, hacerse el sueco, hacerse el divagante, el equidistante, el Gran Wyoming chupiguay (un cómico televisivo), o meterse en el rol del mediador sesudo y carismático, o el del tonto útil para propiciar una ¿separación pactada?…, ni mucho menos hincar la cabeza en la tierra en plan avestruz, o sea eludir la realidad.
Porque en todos los casos se trata de españoles enfrentados..., por extensión, miembros de una misma nación, o país, o estado realmente existente. Todo lo que no sea oponerse a los propósitos separatistas es ponerse a favor de ellos en el grado que sea, acercarlos un pasito más hacia su objetivo. Así de mordaz es el desafío independentista que nos atenaza, como la técnica de las bridas y las esposas. Y puesto que lo saben, nuestros venerados separatistas, como medida profiláctica y estrategia retórica —la mejor defensa será un buen ataque—, para curarse en salud acusarán de malvados, incivilizados, reaccionarios, opresores, totalitarios, antidemocráticos, fascistas… y un sinfín de coletillas difamatorias más (se pasan la vida recitándolas, no tienen nada mejor que hacer), a los que a duras penas intenten oponerse para salvar los trastos de su nación/patria/estado/ficción (la que conocen, aman y desean que perdure —España—). Lo dicho, en una situación como esta, los acontecimientos toman un inesperado giro: que los micronacionalistas luchen por su ficción parecerá legítimo, grandioso, hermoso, y hasta romántico; mientras que los que se opongan serán «deleznables villanos», sin que nadie repare que están haciendo lo mismo, luchar por su ficción…, algo legítimo, grandioso, hermoso y hasta romántico.
En aquellos días aciagos, infelices, desconcertantes, aplicar la legalidad vigente parecía una abominación, sin embargo, algo inconcebible en condiciones normales en cualquier democracia avanzada. Según los principios del perfecto «fundamentalismo democrático» impedirles votar en un referéndum —ilegal— de autodeterminación, no consentido por el parlamento español legítimamente constituido, parecía una execración. El alegato separata es simple, casi una caricatura: «Si vivimos en democracia, votemos, ¿no?; y si el resultado de la votación no es el deseado, más adelante volveremos a votar, ¿no?, así hasta que triunfe la ficción separata» —un auténtico dolor de muelas—. La élite separatista nos arrojó a la población catalana (nuestra población) a las calles y a los colegios electorales, como carne de cañón; para desencadenar el colapso pretendido, desacreditarnos ante el mundo, y lograr así desarticular el «maldito estado español opresor»; que sin embargo es una de las democracias plenas más garantistas y avanzadas del mundo, según sesudos estudios internacionales [como los de la revista The Economist, que en un informe de 2021, donde se valora anualmente el nivel de democracia existente en diversos países del mundo, considera a España una «democracia plena», por delante de países como Estados Unidos, Francia e Italia, por ejemplo]. Si Puigdemont llega a hacer efectiva la DUI, el descalabro habría sido monumental; posiblemente la gente se estaría matando, la economía estaría colapsada y todas las conquistas sociales malogradas. Ganarían —o no— una micronación, pírricamente, a cambio de destruirla a sí misma y a la española de paso; porque es preciso recordar que las ficciones estatales, las democracias en particular, son frágiles equilibrios de poder y contrapoder; después de Cataluña otras comunidades seguirían estos mismos pasos, e incluso algún país vecino expansionista trataría de aprovechar la debilidad coyuntural para procurarse las Islas Canarias, Ceuta y Melilla, y todo lo que pudiera rebañar. Hoy, España, un país digno de consideración —quiero pensar—, una potencia media, una ficción honorable, una nación con fuerte personalidad, que ha dejado —y seguirá haciéndolo— una gran impronta en la historia de la Humanidad —ficción «Humanidad»—; sería un cadáver expuesto a cielo abierto, un festín de microrrepúblicas necrofílicas condenadas a la insignificancia en el contexto de Europa y en el de la globalización. Puede que a los demás no les importe, pero a los españoles sí, es su responsabilidad evitarlo.
Solo la tentativa, el amago de independencia, la violación de la legalidad vigente… constituyen un delito criminal de máxima gravedad, un intento de golpe de estado en toda regla; por poner en peligro la vida y la hacienda, la estabilidad de 47 millones de personas. Los encarcelados y los huidos no son héroes, ni víctimas —despertemos—, son pirómanos político-social-económicos más peligrosos que cualquier delincuente común, y lo saben [por cierto, tales políticos presos, curiosamente, ya han sido indultados por la «cruel y opresora» España, ¡mecachis!]. Si querían un referéndum legal de autodeterminación —la gracia estaba en forzarlo…, lo sabían—, la hoja de ruta era sencilla: proponer la reforma de la Constitución de todos los españoles para introducir a continuación un artículo que contemple esta posibilidad. Así de fácil. No creo que haga falta decirle a nadie que el resultado de un referéndum como este nos concierne plenamente a todos los españoles, así que creo que tenemos algo que decir en este asunto… No existe la nación catalana, no para mí, menos aún después de esta afrenta agresiva y camicace; como no existe la nación andaluza, ni la vasca, ni la navarra, ni la madrileña, ni la murciana…, no a estas alturas, ¡qué nooooo!; después de tanta interacción, mezcolanza y homogeneización. Mi posición es clara, Cataluña es España, y por el bien de la mayoría hay que reconquistar el corazón del mayor número posible de los que se han desconectado o por lo menos el de las futuras generaciones, presas de un relato (o ficción) micronacionalista, egoísta, insolidario, excluyente, temerario y si me apuran supremacista (no les da ninguna vergüenza serlo), que ponen en riesgo la estabilidad y la cohesión del conjunto.
Marlene Wind. Una mirada desde Europa sobre el "procés".
"La tribalización de Europa". (Libro)
El césped de mi jardín es tan verde como el de los demás
La inundación de medios de comunicación y redes sociales, la cobertura al minuto que se hace de la actividad política nacional y autonómica, el fragor cotidiano del funcionamiento democrático, el saludable rifirrafe entre el Gobierno Central y las Comunidades Autónomas y entre estas mismas... me parece un extraordinario mecanismo de articulación territorial y repartición del poder; para que desde todos los ángulos se pueda acometer la mejor gobernanza de los españoles, y una amplia participación en la toma de decisiones, siempre perfeccionable. Eso no quita para que perdamos la perspectiva y la visión de conjunto: ¡LA UNIDAD NOS CONVIENE!, a corto, medio y largo plazo. Este es el único argumento que sostendré respecto a la razón de ser de la ficción «España»; si otros quieren aderezarlo con otras exquisiteces, bien venidas serán siempre que parezcan razonables, incluyentes y no demasiado empalagosas: ficciones/relatos/argumentos históricos, económicos, sociológicos, culturales, filosóficos, emocionales, prospectivos… Esta es la explicación: la eventual disgregación/ balcanización/taifalización de España es algo que a muy pocos podrá beneficiar, ni ahora ni nunca. Desde la unidad de España se puede acometer el futuro con cierta fortaleza y defensión, sin esto la incertidumbre se amplifica hasta límites inescrutables. La unidad nos posiciona con más solvencia en Europa, en el contexto de la civilización latino/ibero/hispanoamericana, y en el de la globalización. Debemos mantenernos unidos por lo que pueda venir bueno y malo, interno y externo; ayudarnos frente a la adversidad, beneficiarnos todos cuando la bonanza sonría; y, no lo olvidemos, para hacer notar nuestra personalidad colectiva —ficción «personalidad colectiva»— (que creo que es buena) y nuestra impronta hispana, ante los retos inmensos globales/planetarios que nos esperan a continuación, a la Humanidad —ficción «Humanidad»— en su conjunto.
Partiendo de este principio de conveniencia e idoneidad, y del hecho de que en el territorio español el espacio compartido por los españoles, la movilidad/interacción de personas, empresas, capital y oportunidades —el tejido empresarial en definitiva—, y la generación de riqueza están algo más oxigenadas y repartidas que en tiempos de la primera industrialización del país; debemos entender que continuar con rémoras argumentales resucitadas de siglos pasados —mantenidas con respiración asistida, retrotransportadas al presente, como son ventajas fiscales, fueros, privilegios y prerrogativas regionales— se convierte en una flagrante afrenta que perjudica el funcionamiento regular de la democracia actual, la convivencia entre españoles, y traiciona los principios constitucionales... A mí no me llevan al huerto nuestros queridos micronacionalistas vascos, navarros, catalanes y los tontos útiles de los que se valen; pretendiendo que comulgue con ruedas de molinos o con platillos volantes: ¡o todos iguales o no habrá paz!, las tornas pueden cambiar, no son mejores que nadie y lo saben. Hasta aquí coló su lloriqueo cicatero, su atrincheramiento, su zarandeo de la historia que compartimos, su trapicheo argumental marrullero, su solemne puesta en escena, y su amenazante coacción esgrimiendo cada dos por tres la amenaza de la separación… Ya no impresionan, se perdió el decoro. ¡Qué poca vergüenza tienen algunos chicarrones del norte, presumiendo de eficiencia y buena gestión, dando lecciones! —me refiero al privilegiado régimen fiscal conocido como «cupo vasco y navarro»—. No nos separaremos porque no nos conviene, porque balcanizarnos no sale a cuenta, no beneficiará a nadie, porque la insignificancia en solitario puede llegar a ser difícil de soportar, máxime si se tiene por delante el resto de la eternidad. Hoy las regiones que son fuertes puede que mañana lo sean menos —la historia da muchas lecciones sobre esto—, y entonces «inexplicablemente» les cambiará el temperamento, la bravura, la vanidad.
Esos que denuestan y repudian el «Régimen del 78» en el que han crecido, y del que son deudores, deben saber que una posible refundación de la Constitución Española podría implicar ciertos reajustes «¿recentralizadores?» no necesariamente anti autonómicos, pero poco provechosos para estos sectores arregostados micronacionalistas; con el objeto de limar asperezas y corregir los errores voluntaristas y cándidos del pasado reciente (de la época del «café para todos»). Puede que perjudique incluso las aspiraciones de la nueva izquierda, esas que se hacen llamar Unidas Podemos —tan ansiosas por entablar un nuevo proceso constituyente—, porque en lugar de crearse un «paraíso marxista monopartidista», una «mega-república estratosférica ¿bolivariana?», que ni en sus mejores sueños húmedos de urbanitas de clase media-alta podrían soportar en realidad [¡cuidado con lo que deseas!]; lo que se podría engendrar, a tenor de las mayorías parlamentarias realmente existentes, sería un «paraíso» más cívico, plural y participativo todavía, es decir más liberal; y muy posiblemente monárquico [yo subscribo el modelo de Monarquía Constitucional que tenemos (símbolo de la permanencia y la unidad de la «ficción patria»), a falta de algo infinitamente mejor que cualquier república de pacotilla, que cada pocos años nos ponga en la difícil tesitura de tener que elegir entre lo malo y lo peor]. Un reino en el que se haga tabla rasa definitivamente, una holización a la manera que podríamos llamar neojacobina: ciudadanos todos iguales (excepto el Rey o Reina y algún aforado más, supongo), libres pero sujetos a derecho (el mismo para todos) y responsables de su país entero —España—; eso sí, articulado mediante Comunidades Autónomas en igualdad meridiana de condiciones, regidas por el principio de solidaridad entre regiones… Un modelo así de gobernanza, equilibrado, con homeostasis, sin demasiadas duplicidades burocráticas (como esto de 17 tarjetas sanitarias, 17 temarios educativos...), que conceda margen de acción suficiente para el Gobierno Central y para el gobierno de las autonomías, no me disgusta en absoluto; mientras que el federalismo tenemos que quitárselo de la cabeza al PSOE —que autodefínese como un partido español—, si quiere seguir aportando algo de provecho a este país; porque aquí en España apoyar esta fórmula tan «moderna» y lisérgica —el federalismo— es una irresponsable invitación a la ruptura, o sea al descuartizamiento… Por una vez privilegiemos el sentido común a la ideología, yo sé que podéis; de paso, este partido histórico tendrá que definir con claridad taxativa su postura frente al separatismo: o se pone de parte de España y su unidad, sin retórica ni ambigüedades, o que muestre su antiespañolidad con rotundidad, porque no se puede estar a la vez en misa y repicando [no como el grácil escarceo que dispensa su filial catalana, el PSC, que está perfectamente configurado para virar según vengan los tiempos; si toca estar con el constitucionalismo lo estará, pero si por casualidad las tornas favorecieran con claridad la marea separatista, nuestros queridos sociatas catalanes (ese Miquel Iceta simpaticón y dicharachero), donde dijeron Diego dirán «força al canut»]. Así que el PSOE se aclare ya, o que caiga y se extinga para siempre (peores cosas se han visto, que les pregunten a los sociatas franceses, o al PASOK griego, por ejemplo), y emerja otra izquierda válida y española sin reservas, porque la necesitamos con urgencia. Y en cuanto a las podemitas, no merece la pena pararse a escucharlas —ya no, solo producen hartazgo y crispación—, ni esforzarse en hacerles comprender que sin territorio, sin país, sin estado, sin «megaficción patria», y sin nadie que pague impuestos en él... ¿cómo creen que podrán implementar sus superpolíticas sociales —«grandes megaficciones neomarxistas feministas globalistas emancipadoras»—, y cómo se podrá contener el empuje de los ultramegametacapitalistas y las supermegapotencias de turno? Esta izquierda indefinida y divagante al menos contará con algo seguro, mi hastío, y mi insignificante no-voto, algo es algo; será lo más terapéutico para todos, espero que lo comprendan, y que su empatía por las «causas perdidas» les apiade de mí y me compren creaciones artísticas y/o me encarguen esculturas públicas para las ciudades en las que gobiernan. ¿Serán capaces de hacerlo?
A propósito del debate bizantino «MONARQUÍA VS REPÚBLICA», un tema endémico particularmente muy español, un entretenimiento para mentes exquisitas y ociosas —al parecer traumatizadas por el pasado franquista, algo «megainsuperable»—, que gusta siempre de poner en tela de juicio la existencia misma de España o como poco su modelo de estado además del territorial; una afición gratuita con escaso parangón en el resto del mundo —cuyo mérito debemos atribuírselo a la «ANTIESPAÑA en contra del SER DE ESPAÑA o lo español”»—, la de tenernos siempre con el corazón en vilo en este país (—una de las dos Españas ha de helarte el corazón— dijo Machado, sabía de lo que hablaba, pero no contaba con la tercera, la España que yo represento, que no tiene ningún interés por las tonterías que se vienen arrastrando por falta de ideas mejores): Tengo que decir que dar por hecho que España será republicana está por ver. El republicanismo es una ocurrencia como otra cualquiera, una «idílica ficción» como por ejemplo la monarquía parlamentaria. Una república por el mero hecho de serlo, no garantiza nada —no es más moderna ni perfecta ni justa ni igualitaria ni democrática ni humanista ni más eficiente que nada, por más que lo repitieran hasta la saciedad los «ilustrados» franceses, y los incautos que los secundaron—, y además nos ahorramos muchos cuartos en elecciones presidenciales; nótese que al final, al presidenciable electo, habrá que meterlo en una residencia digna, del estilo del palacio en que tenemos a nuestro rey, con actividades diplomáticas y protocolarias, aparatosos contingentes de seguridad, desplazamientos en avión, una agenda apretadísima... Y, además, no lo olvidemos, el presidente elegido por mayoría nunca será del agrado de todos, como ahora es el caso de nuestro rey y la institución monárquica; con el agravante de que tendríamos dos cabezas (la del presidente o jefe de Estado de la supuesta república, y la del presidente del Gobierno ejecutivo) que no siempre serían del mismo palo ideológico; luego, desempeñarían políticas divergentes, descoordinadas, como pasa a menudo en muchas megarrepúblicas demasiado personalistas... En este momento, vienen a mi cabeza un sinfín de repúblicas cuyo jefe de Estado —que no presidente del Gobierno o primer ministro— desconocemos por completo (¿cómo se llaman, a qué se dedican, dónde están?), y viceversa, repúblicas cuyos presidentes parecen estrellas rutilantes, sucedáneos de monarcas todopoderosos, telepredicadores urbi et orbi, en algunos casos «planetarcas», como los estadounidenses, o los chinos, o el terrible vozhd Putin, o el sultán agha Erdogán, y tantos otros... El caso que más me entretiene es el de mi admirada república francesa —que llevo siempre en mi corazón—, que por lo general en las segundas vueltas tienen que elegir entre alguien que pasaba por allí y algún miembro de la dinastía Le Pen. En fin, que esto del republicanismo enfermizo que padecen algunos es una dolencia curable, se puede soportar, y me recuerda mucho a la película de "Bienvenido, Mister Marshall" (1953), en la que están todo el tiempo esperando una comitiva norteamericana con ansiedad y frenesí castizo (como algunos esperan la llegada de la república), pero luego pasa de largo resultando ser un infructuoso chasco, ¡lástima! Mientras que las cosas más o menos nos funcionen, por qué cambiarlas, ¿eh? No hay que confundir el poder simbólico que encarna el rey con el poder ejecutivo que encarna el presidente del Gobierno, ni el progresismo con la gilipollez... Pensemos sobre esto. Por cierto, es mucho más interesante jugar a ser conservador-progresista, una actitud fluctuante que me caracteriza, que depende del día y del interlocutor que tenga delante, un lujo que solo nos podemos permitir/adjudicar ciertos andaluces «destruidos y anárquicos».
El régimen autonómico bien entendido y gestionado es el justo equilibrio que necesitamos —siempre mejorable—, algo que nos sitúa en la vanguardia de las democracias contemporáneas, sin tanto que envidiarles a estos estados federales y cantonales, que tanto presumen, pero donde la autodeterminación tampoco se contempla (dejémoslos a ellos desmembrarse primero y si les da resultado ya después los imitamos). La federación tiene sentido para la unión entre estados que con anterioridad estaban separados como en el caso de la Unificación Alemana, o el de la Confederación Helvética, o para los países que tienen una gran extensión geográfica (Estados Unidos, México, Brasil, Rusia, Canadá, Australia, Argentina...); pero no para separar/romper/fragmentar estados que ya están unidos ¿para qué, si a los micronacionalistas nunca les bastará el federalismo? Aprender a decir NO, autoconcederse límites, líneas rojas, pensar más allá de 4 años vista (el Gobierno chino en comparación hace planes a «1234 años vista»); quizás se convierta en signo de vanguardia y responsabilidad, decir no de vez en cuando es también muy saludable; esto de jugar a polis buenos y polis malos o derechas malas e izquierdas buenas se acabó, ya no nos impresiona, no cuela, la izquierda responsable tendrá que aprender a decir no, cortar el rollo de las concesiones desaprensivas sin ton ni son a estos insaciables destructores micronacionalistas. Además, los noes tendremos que ponerlos de moda para asegurar la conservación de muchas cosas, en muchos ámbitos como el medioambiental, el energético, o los excesos que producen el hiperconsumo y la obsolescencia programada… Nos espera un futuro muy atareado, mejor juntos que separados, ¿no? Yo espero mucho más de nuestros representantes políticos, más altura de miras; espero políticas de profundidad, de estado, para largo recorrido; y no este reality show dañino, especulativo, instantáneo, cortoplacista, infantil, que otorga tanto poder a estos partiditos (micronacionalistas) acostumbrados a tener la llave de Gobierno y a mangonear..., que de paso nos difaman, nos atenazan y enfrentan. Se necesitarán nuevos partidos con los que construir consensos y coaliciones de interés general, no micronacional. Avisados quedan.
¡UNIDAD!
A la Sociedad Civil —ficción «Sociedad Civil»— no le queda otra que organizarse mediante estados —una lección que se enseña en primaria— con permiso o no de los libertarios, los anarcocapitalistas y de las llamadas «élites globalistas»; estados con toda la aparatosidad inevitable que eso comporta: parlamentos de todos los tamaños, ejecutivo, legislativo, judicial, poder mediático, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Fuerzas Armadas, Hacienda Pública, Cuerpo Diplomático, Jefatura Simbólica del Estado (sí, nuestra institución monárquica, why not?), servicios públicos de todo tipo, burocracia..., para cubrirse y defenderse a duras penas de otros estados con aviesos fines, o de la infinidad de tensiones intestinas que siempre existirán —la historia nos lo recuerda insistentemente, para eso la estudiamos—, de las superpotencias de turno que nos devorarían a placer, así como de la fuerza arrolladora de las multinacionales y de los intereses plutocráticos de las «élites globalistas» (esas que nos prescriben comunismo para las masas y ultraliberalismo para las élites, o sea, que hagamos lo que dicen pero no lo que hacen); unos intereses elitistas que puede que coincidan o no con los intereses de la mayoría de la población, algo que está por verse y discutir [*notas 1, 2, 3, 4 y 5]). Por tanto, la unidad no es una elección, es una necesidad, no la pongamos en cuestión. ¡DESPERTEMOS YA!
***
*Nota 1. Si acaso los proyectos de estas élites, estos multimillonarios, estos «globalistas» con tantas toneladas de dinero ocioso y especulativo (o ceros a la derecha en sus cuentas digitales), son tan útiles y emancipadores para todos nosotros; si su punto de vista sobre el futuro de la Humanidad —ficción «Humanidad»— es tan furiosamente beneficioso y cualificado; si nos estamos perdiendo un conocimiento preciosísimo…, que salgan de las sombras, ¡por favor!, que se manifiesten, que nos iluminen, que nos guíen, que desciendan a la arena, que abran las aguas; que se presenten a las elecciones de los gobiernos convencionales, a pecho descubierto, a carta cabal, como todo hijo de vecino (no son nada más que eso, simples mortales —mientras que el «transhumanismo» y la ciencia no demuestren lo contrario—) con su «gran programa electoral» en la mano; para convencernos honestamente con el corazón abierto y la pureza de sus argumentos, y les podamos votar —ansioso estoy—. No vale lo de tirar la piedra y esconder la mano, lo de comprar voluntades y adeptos desde la retaguardia, conjurarse en secreto, teledirigir al personal sin salir del confortable despacho ubicado en lo alto de sus rascacielos… Aunque eso no les impide que me compren cuadros y me encarguen esculturas urbanas..., eso sí que cuenta… Por cierto: querido Jorge Soros, look at me!, ponme en nómina, «sorosízame» —o debería ser «sororízame»— a mí también, ¡atrévete!, verás lo que hago con tu dinero.
*Nota 2. Mi mensaje, a poco que se adivine, también es «megafilantrópico y globalista» como supuestamente el de ellos, pero claro también es «soberanista», es decir, «soberanoglobalista» o «globeranista» —acabo de inventarme una palabra—. Insisto en la necesidad de los estados micro, macro, mega —¡lo siento, me gusta sumar!—, no les quepa duda; porque mientras existan los estados —con sus poderes intactos— podremos prevenir mínimamente los desmanes y las tentaciones plutocráticas. Por tanto, mi mensaje persigue altas metas, la prosperidad y el bienestar para nuestra especie, y nuestra mejor relación con la naturaleza, la preservación de la biodiversidad, etc. Yo ofreceré espacios —con el permiso de quién corresponda— para dialogar, conocerse, y debatir sobre esta emergencia global que a todos nos concierne, y sobre el camino a seguir; porque es que no tenemos ni idea, ni ellos ni nadie, vamos a ciegas ante lo desconocido. Lo único que podemos hacer es pensar las cosas más que nunca, utilizar el poder de la imaginación y el enorme conocimiento planetario acumulado; elaborar como vengo diciendo grandes ficciones, grandes razonamientos, grandes proyectos de futuro, lo más omniscientes, participativos y consensuados posibles. Así que todo el mundo de buena voluntad que quiera venir a participar, a proponer, a arrimar el hombro, será bien recibido en «NEURON POT» (el gran think tank de la globalización, que pretendo organizar en mi pueblo natal). Que cada cual aporte lo mejor de sí, lo que pueda, lo que tenga, lo que sepa; sin subterfugios, con transparencia, con todas las cartas sobre la mesa. El capital será bien recibido —¡hombre, por supuesto que sí!—, las ideas, el talento, el talante, la curiosidad, el afán de conocimiento, el pensamiento lateral y divergente, la creatividad, las emociones, la experiencia, el saber hacer, los brazos remangados y las manos dispuestas para construir ese futuro… Pero que nadie pretenda sacar más beneficio que nadie de forma desproporcionada e injusta, ni tener más razón que nadie; porque si es que hay alguna razón —ficción «razón»—, esta habrá que componerla entre todos; y si es que hay posibles beneficios habrá que repartirlos también entre todos. Prometo máxima transparencia, lo que diga, haga, y aporte cada cual, se divulgará por sistema, y sin contrapartidas. Avisados quedan. Por cierto: querido Esteban Bannon, look at me!, ponme en nómina, «bannonízame» —o debería ser «banalízame»— a mí también, ¡atrévete!, verás lo que hago con tu dinero.
(Ni una cosa ni otra, todo a la vez. Pensamiento Complejo)
*Nota 3. Por cierto, yo ya estoy afiliado a un partido al que le soy leal, el Partido de Tisho Babilonia (PTB), único, inigualable, intransferible, unipersonal, irrepetible, oportunista, parcial, interesado, refractario a la candidez y el idealismo, perfectamente imperfecto y especialmente corruptible; un partido con un solo votante —yo—; con el que defiendo mis intereses particulares, esos que en todo momento mi cabecita decidirá —intereses que no necesariamente coincidirán con los de la mayoría, los demás partidos, sociedades, grupos, peñas, élites del tipo que sean—. ¡Cuidado conmigo, avisados quedan! De paso, así desaliento a las almas de cántaro, a los infelices, y ahuyento las proposiciones espurias que me traigan algunos.
"SAVANE". Mano Solo
–No soy la sombra de nadie (Je ne suis l´hombre de personne)–
*Nota 4. En cualquier caso, prometo no reprimir mi imaginación bajo ningún concepto; como siempre he venido haciendo a lo largo de toda mi vida. Si otros prefieren podar su «bonsái mental», peor para ellos. De hecho, lo que más me interesa de estas «élites» es su dinero, espero que quede claro, aquello en lo que destacan, de la misma manera que lo que me interesa de los sabios es su sabiduría. Y si es que hay por ahí sabios multimillonarios, pues me interesan las dos facetas que tienen para ofrecer; especialmente si tienen intuición suficiente como para verme venir, y atreverse a comprar mis obras artísticas y encargarme esculturas para espacios urbanos, aquí y ahora, en vida, no cuando esté muerto..., para entonces será tarde porque mi obra no saldrá de mi museo personal. Así de claro y directo, pues no me gusta perder el tiempo, igual que les pasa a ellos.
*Nota 5. Me gusta el número cinco.
Continuará...
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